Emma Suárez “Este oficio no se puede hacer a medias”

Un piso a medio amueblar en la madrileña calle de Fernando VI. Hielos que gotean sobre estampa albina de los Pirineos catalanes. Dos puntos de partida para dos madres, “personajes de posibilidades infinitas”, Julieta y Ana, que han confluido en la misma meta: el Premio Goya. Un doblete con el que otra madre, Emma Suárez, marca un hito en su carrera. Los únicos premios para dos proyectos –Julieta, de Pedro Almodóvar, y La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo– que también partían de génesis contrapuestas. En un momento dado, Julieta hablaba inglés y tenía el rostro de Meryl Streep. La próxima piel, en cambio, tardó una década en encontrar financiación. Diez años en lo que la única certeza era la presencia de Emma Suárez Enrique F. Aparicio

Emma Suárez. ©Félix Valiente

“La mirada del director es la verdadera protagonista”


¿Le sorprendió su doblete?

Cuando voy a una entrega de premios, disfruto del encuentro con los compañeros, porque a no ser que coincidas en un rodaje, a la mayoría no los sueles ver. Además no me gusta anticiparme, estoy acostumbrada a improvisar. He aprendido, supongo que por haber empezado a trabajar a los 14 años, a no hacer planes. Me gustan las sorpresas, me sigo sorprendiendo.

Además tratar de medir quién lo hace mejor y quién peor es imposible. Eso se puede hacer en el deporte, porque llegas antes o después, pero este es un trabajo creativo. Hay tanto esfuerzo… ¿Qué es más loable, el trabajo de un director de producción que gestiona una película de gran factura o el de uno que ha hecho encaje de bolillos para poder sacar adelante una cinta que consigue aparentar tener una gran factura?

¿Qué une Julieta y La próxima piel, las dos películas que han acabado en Goya?

Se han cabalgado constantemente en el tiempo. Justo cuando acabé de rodar La próxima piel me incorporé al proyecto de Pedro Almodóvar. Los dos personajes son madres, una pierde a su hija y la otra se reencuentra con su hijo desaparecido. Temía interpretar a las dos desde el mismo lugar, me causaba cierta inquietud. Pero enseguida me di cuenta de que no tenía nada que ver. Y sobre todo cambia la mirada del director, que es la protagonista de una película.

Estuvo en el proyecto de La próxima piel, que ha tardado diez años en materializarse, desde el principio.

Isaki Lacuesta e Isa Campo trabajaron en el guión durante años, es muy sólido. Ha tenido varias versiones, pero la idea esencial es la que ha permanecido: un encuentro entre una madre y su supuesto hijo y la ambigüedad sobre si en esa relación hay un vínculo de sangre. Y sobre todo, ese momento en el que da igual si el vínculo existe o no, porque lo importante es el encuentro de dos seres que se necesitan. Esa necesidad de amar.

Cuando leí el guión me sobrecogió. Era una época en la que no estaba haciendo cine, aunque hacía mucho teatro. El único proyecto que tenía sobre la mesa para cine era este. En ese tiempo, Isaki Lacuesta ganó la Concha de Oro de San Sebastián por Los pasos dobles, y yo pensé que iba a ser un empujón. Sin embargo todavía tardamos siete años más en levantar el proyecto.

La definió en su discurso como una película que habla “sobre la necesidad de amar”.

Normalmente se habla más de la necesidad de que nos quieran, de recibir. Se dice más “nadie me quiere” que “necesito amar”. Con La próxima piel tengo una relación de amor. Más allá de las imágenes, lo que nos cuenta es algo muy humano. Para mí el cine es importante porque te hace llegar a lugares que te provocan una reflexión. La próxima piel es una película que se instala imperceptiblemente. Y de repente te visita. Te asalta una frase, una imagen, una idea.

Cuando leí el guión descubrí eso. Más allá de hablar de vínculos biológicos y relaciones sociales, lo que plantea va mucho más allá: la necesidad de amar a alguien y los barreras que nos imponemos. Constantemente levantamos barreras para protegernos o defendernos de algo que necesitamos. El chico no sabe si es su madre o no es su madre, pero necesita el amor de una madre. Y ese amor es siempre incondicional. No necesita esa condición de madre biológica. Es un secreto, un misterio que pertenece también a la intimidad del espectador. Es una película que continúa.

Por el contrario, Julieta era un proyecto muy esperado.

Sí. Me incorporaba al proyecto de un cineasta del que todo el mundo habla, con una filmografía muy personal. Yo a Pedro le conocía porque comencé a trabajar en el año 79, y en el año 80 se estrenaba Pepi, Luci y Bom. Era una presencia constante, con el que te podías encontrar en cualquier lugar de Madrid. Recuerdo hablar con él de Pink Flamingos, de John Waters, una noche en algún local de moda. Para mí Almodóvar era alguien cercano, con el que he compartido si no una trayectoria si un tiempo en el que hemos desarrollado nuestras trayectorias.

Su papel tenía el sí de Meryl Streep.

En la primera reunión que tuve con Pedro me explicó que era una película que había pensado para rodar en Estados Unidos, y que había estado localizando, trabajando con un guionista americano en el texto y que lo iba a hacer Meryl Streep. Dejó el proyecto aparcado y cuando llegó su momento, trajo la historia a España. Rodamos en Galicia, Huesca, Andalucía…

Cuando leí el guión quedé impactada, porque intuía que iba a ser un viaje a las profundidades, y que había un personaje magnífico para descubrir. No siempre te encuentras como actriz, y menos a mi edad, con personajes con entrañas. Eso es lo más bonito de este trabajo: desentrañar un personaje. Imaginar, encontrar el camino a tu Julieta, para poder entregar al director las emociones por las que quiere navegar.

¿Cómo encontró ese camino?

Afortunadamente tuve tiempo para prepararlo. Durante seis meses, antes del rodaje, me dediqué absolutamente a Julieta. Quedaba con Pedro, hablábamos, leíamos, me daba referencias literarias, cinematográficas… Fui entrando en el universo Almodóvar, descubriendo su absoluta dedicación. Es alguien muy meticuloso y muy serio trabajando. Yo no sé si hubiera sido capaz de componer esta Julieta sin ese tiempo de preparación. Sus estados y emociones necesitaban ser integrados tranquilamente. Leí un libro determinante: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion; vi Las horas y películas de Ingrid Bergman, Jeanne Moreau, Gena Rowlands; fui a museos; repasé la obra de Lucian Freud… También preparé este personaje acompañada de la música de Alberto Iglesias, la escuchaba mientras estudiaba el guión. Hice un viaje a Galicia, para impregnarme de esa luz, sentir el viento del cabo Vilán de Camariñas… Fue una preparación muy rica, y eso es lo bonito de este trabajo, componer

¿Llega un momento en que encuentra al personaje o se va integrando poco a poco?

El personaje no aparece hasta el rodaje. Tú te vas nutriendo, alimentando. Vas encontrando la guía. Pero la persona que después define el camino es el director. Almodóvar tiene clarísima la película que quiere hacer. Y tú, después de tu proceso creativo, lo que tienes que hacer es ofrecerte al director, para que te moldee. Eres el vehículo para su historia, y debes ser maleable. Pedro es alguien que no se conforma, y eso me parece una virtud. Es magnífico trabajar para alguien que no se conforma, porque eso provoca que crezcas cada día. Este trabajo es infinito. Es el director el que elige la toma, el que decide: esto es lo que buscaba. Llega un momento en que tú pierdes la objetividad, estás a su disposición. Hay muchos momentos de inseguridad, de dudas. Temes decepcionar a un gran director que ha confiado en ti para un trabajo.

Vivimos los rodajes con mucha intensidad porque es tu vida. Hay algo en este oficio que se te escapa a la razón, a ti mismo. Quieres llegar a lugares intangibles, a territorios irracionales, y te va la vida en ello. Es un trabajo de exposición: lo que haces lo va a ver la gente. Necesitas que todo esté perfecto.

En su discurso habló de las “miradas cómplices” del equipo.

Hay algo que nos une a todos cuando rodamos una película: la ilusión y la necesidad de hacer algo bello. Hay mucho esfuerzo, el cine es un oficio que requiere solidez, emocional y física. Y es muy importante sentirse protegido y arropado por tu equipo, que es tu familia. Las miradas cómplices, de cariño, son muy valiosas, porque en un rodaje es imprescindible el silencio. Durante el rodaje de Julieta para mí primaba la soledad. Organicé mi vida para quedarme sola en Madrid ese mes de junio, porque pensaba que era necesario. Estaba muy invadida emocionalmente por Julieta, de su estado de ánimo. Ese vínculo no quería romperlo porque era un hilo muy fino. Creía que ese era mi compromiso: respetar ese vínculo.

Otra proclama, casi grito de guerra, fue “hagamos películas”. ¿Qué nos impide hacerlas?

No nos apoyan. No tenemos un Gobierno que nos apoye. Partiendo de la base de que el presidente del Gobierno no ve cine español. Es además alguien que lo confiesa con absoluta impunidad. El cine es una industria, hay mucha gente que vive de ella. ¿Qué sociedad construimos si la gente no ve películas, no lee, no va a los museos, al teatro? No lo entiendo. Pero por muy difícil que nos lo pongan, no puedes renunciar a tu lucha. No puedes renunciar a ti mismo, a vivir con dignidad.

¿Nunca pensó en tirar la toalla en los momentos difíciles?

Yo nunca he pensado en tirar la toalla. Sería tirarme a mí misma. Para mí la interpretación es un instrumento para relacionarme con el mundo. No puedo ni plantearme hacer otra cosa. Además es una paradoja porque no busqué ser actriz, lo he ido descubriendo con el tiempo. Un tiempo en el que podrían haberse dado muchos momentos en los que pensar: voy a seguir haciendo esto de manera vocacional, pero me ganaré la vida de otra manera. Pero esto tomó por completo mi vida. Porque es algo que no se puede hacer a medias. Requiere tu voluntad de manera absoluta.

Ana y Julieta son dos madres. Usted también.

Hay algo de mi experiencia como madre que reconozco en estos personajes. El amor, el significado de ese amor incondicional. Esa inmensidad, que se canaliza de formas diferentes en cada personaje. Las madres son personajes interesantísimos, porque en nuestro imaginario están siempre cargados de amor, y a partir de ahí puedes jugar con la forma de expresar o no expresar ese sentimiento. Al pensar en una madre te sale la generosidad, la bondad… pero también está presente su parte humana, con la que puedes crear conflictos.

¿Qué se dirían Ana y Julieta si se conocieran?

Se darían un fuerte abrazo.