La épica de las cosas pequeñas

Foto: ©Alberto Ortega

El escritor y guionista Ignacio Martínez de Pisón señala la libertad como una de las claves del éxito de La librería, galardonada con el Premio Goya a la Mejor Película

 

Las epopeyas de verdad, las que ayudan a cambiar la sociedad y a hacer más libres a los ciudadanos, no necesitan ejércitos, himnos ni banderas. Suelen ser epopeyas sin sangre, pequeños actos de resistencia que se agigantan con el paso del tiempo, y cuya trascendencia no es percibida hasta muchos años después. Epopeyas como la de Rosa Park y su negativa a ceder su asiento a un blanco, o como la d Katherine Switzer y su firmeza ante los árbitros del maratón de Boston. De esa estirpe es el personaje de Florence Green, la protagonista de la Librería, una joven que decide abrir una librería en un conservador pueblo de la Inglaterra de los años cincuenta y que se enfrenta por ello a la hostilidad de los vecinos más poderosos.

Por Ignacio Martínez de Pisón

 

Que en la librería de La librería (hermosa redundancia) sea Lolita uno de los principales libros homenajeados no puede ser casual: en la larga lucha de la cultura occidental contra el puritanismo y la censura, la novela de Vladimir Nabokov tendrá siempre algo emblemática. Un político norteamericano del siglo XIX dijo que, si tuviera que renunciar a todos sus derechos menos uno, se quedaría con la libertad de expresión, porque con él podría recuperar todos los demás. De eso va la película de Isabel Coixet: de defender la libertad de expresión y de pensamiento sabiendo que de ese modo defiendes todas las libertades. De defender un libro como Lolita sabiendo que de ese modo defiendes todos los libros. La librería es una feliz reivindicación de modernidad frente al inmovilismo, de lo nuevo frente a lo viejo, de la cultura frente a los prejuicios, del arte frente al dinero, de la igualdad frente a los convencionalismos de clase… En definitiva, de la civilización contra la barbarie, y no por casualidad es esta una película que se ha aliado con los libros. Es decir, con el progreso y con la democracia, porque ni el progreso ni la democracia habrían sido posibles sin libros.

No está de más recordar que Florence Green es una recién llegada, una forastera, alguien ajeno a la comunidad, en el último término alguien ‘impuro’. La librería es también una película que defiende al de fuera frente a «los de aquí», al individuo frente a la tribu, la mezcla frente al aislamiento, y sabe muy bien Isabel Coixet que muchos de los nuevos inquisidores no son sino los viejos salvapatrias, preocupados como siempre por preservar el orden antiguo y la idílica pureza de la tribu. Cualquiera que venga de fuera es amenaza para esos creyentes de la religión del nacionalismo, que a pesar todo reservan sus mayores dosis de odio para los ‘traidores’, que son aquellos que, formando parte de la comunidad, han decidido no someterse al gregarismo de la manada. Lo que esos patriotas consideran una traición, cualquier persona razonable lo llamaría libertad de espíritu, y eso es precisamente lo que cada secuencia, casa escena, cada plano de La librería nos dice de su autora: que Isabel Coixet es un espíritu libre.