Pensamientos inconexos sobre llevarse un Goya

Foto: ©Marino Scandurra

Madre, dirigido y producido por Rodrigo Sorogoyen y producido por María del Puy Alvarado ganó el Goya a Mejor Cortometraje de Ficción

Por Rodrigo Sorogoyen

Ganar un Goya a día de hoy (7 de Febrero, cuatro días después de la ceremonia) no sé muy bien qué significa exactamente.

Puedes intentar imaginarlo, puedes suponer ciertas consecuencias positivas, pero no se puede saber a ciencia cierta. Eso solo el tiempo lo puede decir.

Por un lado espero que este premio nos ayude a levantar nuestro siguiente proyecto. El largometraje basado en el corto Madre. Pienso que en algo ayudará, pero no creo que lo haga de una manera determinante. Pero también pienso que hay algo cruel en los Goya. Hay algo cruel en competir contra compañeros.

La edición pasada de los Goya la viví de una manera muy distinta. Que dios nos perdone estaba nominada a seis premios Goya y acabó llevándose uno, el de actor protagonista para Roberto Álamo. Fue el año de Tarde para la ira y de Un monstruo viene a verme. Dos películas redondas.

Yo podía haber subido al escenario a agradecer a los académicos y seres queridos en tres ocasiones, con el premio al guión, con el de la dirección o con el de la película. Al final, no subí ninguna.

Aunque sabía que lo más probable era que no subiría, siempre existe una mínima esperanza. Eso lo sabemos todos los que hemos estado ahí alguna vez. Y eso es muy cruel.

Este año teníamos nominado Madre, un cortometraje hecho deprisa pero con buena letra en el que no nos planteábamos nada. Solo contar una historia. Y al final, ganamos un Goya. Seguro que mis otros compañeros nominados, en términos de justica, podían merecerse más este premio.

A veces pienso que, excepto para Lino Escalera, que ya ha rodado un largo y tiene una carrera más consolidada (teniendo en cuenta que en nuestra industria nadie tiene una carrera consolidada al cien por cien), para los demás, para Carlos Solano, Fernando García-Ruiz y Néstor Ruiz Medina, el Goya hubiera sido un premio mayor que les hubiera ayudado en sus carreras más que a mí. Y eso también es cruel.

Admiro y envidio a la gente a la que no le afectan estos juegos. Espero que sea una cuestión de experiencia: el no ponerse nervioso, el no esperar nada, el que no te afecte la victoria y el saber llevar la derrota.

Admiro a David Trueba y sus discursos en 2014, cuando subió a agradecer los premios de Vivir es fácil con los ojos cerrados.

Ahora mismo estoy en casa, miro la estatuilla y sonrío. Esa es la realidad. Deberían existir cosas más importantes que le hagan a uno sonreír. Pero la realidad es que me hace sonreír. Y me consta que no soy el único.

Quiero mostrar mi felicidad y mi agradecimiento por haber recibido este premio. Es un honor que tus compañeros de profesión consideren que merecemos este galardón.

Pero también quiero hacer un llamamiento a la responsabilidad y al compromiso con el buen cine. A que los académicos veamos todas las películas, o que si no, votemos con conciencia. Y que no nos dejemos llevar por simpatías (o antipatías), ni por desidias, ni vaguedades del tipo “me han dicho que esta peli está bien”.

Quiero pensar que todos los académicos que han votado por Madre es porque lo han visto y piensan que lo merece. ¿Puedo estar seguro de que ha sido así?

Si queremos una industria sana y fuerte, además de otros millones de aspectos más importantes, tenemos que, en relación a los reconocimientos que pueden aupar a una película o a un cineasta (o no auparlos, lo cual, a veces, en nuestra frágil industria, es determinante) tenemos, repito, que votar con conciencia y compromiso.

A por ello. Gracias, compañeros.