Arantxa Echevarría dedica unas palabras a Carolina Yuste, Moreno Borja, Rosy Rodríguez y Zaira Romero, nominados a los Premios Goya en las categorías de Mejor Actriz de Reparto y Mejor Actor y Actriz Revelación

Foto: ©Jorge Fuembuena – Academia de Cine

 

 Por Arantxa Echevarría

Zaira Romero entró en el cásting acompañando a su prima Desi. Pura casualidad. Ella no tenía ninguna intención de entrar en el centro social Pilar Miró de Vallecas, donde llevábamos unos días con la audición de Carmen y Lola. Habíamos empapelado los barrios de gitanos y los mercadillos con panfletos pidiendo gente para una película. Los que venían nos decían que era para “echar la tarde”. Nosotros les explicábamos el guión: la historia de amor de dos chicas gitanas. Se llevaban las manos a la cabeza, nos miraban con recelo, pero al final la mayoría se quedaban para ver que era eso del cásting. Al fin y al cabo, era la posibilidad de un trabajo.

Zaira se quedó fuera de la sala esperando a su prima, pero al verla no pude dejarla marchar. Le insistí para que pasara, y al fin entró entre risas y vergüenza. Tenía una mirada retadora, una belleza diferente, y me miraba a los ojos como poca gente me ha mirado. La prueba, que no era una prueba sino una larga charla e improvisación, me fascinó. Zaira había dejado el colegio porque los profes payos la tenían harta y se estaba pagando un curso para ser esteticién. Cuando salió del cásting le dijimos: “ya te llamaremos”. Ella, en cambio, al llegar a casa le dijo a toda su familia que la habían cogido para ser la protagonista de una película. 16 años de arrojo y sueños. Parece que ella lo tenía más claro que yo. Le hice unas diez pruebas más hasta que el hecho contundente de que era mi Lola cayó por su propio peso.

Zaira es un animal de la actuación, una rareza de esas que uno se encuentra muy de tarde en tarde. En el rodaje lloraba de impotencia cuando una secuencia se le atragantaba, luchaba contra sí misma para darse por entero. Tiene tanta verdad y fuerza que la cámara se enamora de ella desde el primer instante, y el espectador no puede dejar de mirarla. Zaira es el futuro.

El papel de Carmen era el de una gitana más tradicional. Llevábamos tres meses buscándola y no aparecía. Cada vez que veía alguna adolescente que pudiera ser nuestra Carmen, me encontraba con su negativa: “yo si quieres hago de prima o de amiga, pero no de lesbiana”. Algunas, las más atrevidas, me llamaban por teléfono más tarde tras pedir permiso a sus padres. “No me dejan. Qué van a decir los gitanos si haces eso, si lo haces no vas a poder casarte”.

Empezábamos a estar desesperados. Habíamos visto a más de 800 gitanos. Y Carmen, el espíritu de la película no aparecía. De pronto entró la candidata número 875. Rosy Rodríguez. Guapa hasta matarte, tímida, pero con un arranque brutal. “A mí no me importa si tengo que besar a una chica”, me dijo desafiante. Tenía esa candidez pero también esa dureza que buscaba en el personaje. Jugamos a improvisar, tenía chispa, sabía gustar. Me enamoré de nuevo del personaje que escribí casi un año antes. Rosy es una de las actrices más serias y trabajadoras que me pude encontrar. Al primer ensayo vino con su guion reescrito con su letra redondilla, con diferentes colores, con las intenciones de cada secuencia. Yo la miraba y no me creía que esa chica de 18 años no fuera actriz profesional. En el rodaje creó una química con Zaira que hacía que el equipo guardara un silencio casi religioso cuando se miraban.

Foto: ©Jorge Fuembuena – Academia de Cine

Moreno Borja es el ejemplo perfecto de una vocación oculta. Trabajaba de coordinador en una empresa de seguridad. El cine y el teatro le apasionaban, pero no se imaginaba que Carmen y Lola podría cambiarle la vida. Tras ver su foto, me pareció la imagen perfecta del padre de Lola. Hasta tres veces le citamos para venir al cásting, y el pobre no podía escaparse del trabajo. Pero esa voz grave y dicción perfecta al otro lado del hilo telefónico… tenía que conocerle. Hasta que un día sí apareció. Alto, presencia imponente, delante de mí vi al perfecto padre. Moreno es un actor nato, trabajador, lleno de energía. Ensayaba en su casa los textos hasta las tantas de la mañana, venía a rodaje para darlo todo (era el único que seguía los pies en las réplicas y se desesperaba ante el resto del reparto anárquico y creativo) y me dio un regalo que no podré olvidar nunca: esa escena final, bajo un sol abrasador. Un hombre partiéndose el alma por un personaje. Moreno no interpretaba, lo sentía. En la escena del culto, Jorge Calatayud, mi ayudante de dirección, le susurró en medio del caos: “Moreno, eres un enorme actor”. Esa frase Moreno la lleva clavada en el corazón.

Creo que los tres son el paradigma de lo que es un actor revelación. De cómo de la nada se puede llegar a crear un nuevo futuro. Zaira y Moreno han repetido bajo la dirección de otros directores: Marc Vigil, Paco León y Alberto Rodríguez… nada más ni nada menos.

El caso de Carolina Yuste es completamente diferente. Carolina lleva formándose y trabajando en teatro toda la vida. Es una actriz de las que te quitan la respiración por la verdad que transmite. Su nominación a actriz de reparto me ilusiona tanto como si yo misma estuviera en la terna. Porque Carolina, además de ser la única actriz profesional de la película, no era gitana. Yo le decía que su papel era el más difícil, navegar entre actores naturales y no ser notada. Pasar por gitana siendo paya. Era el rizo de los rizos. Cuando en una improvisación la metí en medio de varios actores no profesionales gitanos y al final me preguntaron: ”y esa gitana que no la conozco, ¿de qué familia es?”, supe que lo lograría. Además, fue mi báculo a la hora de ensayar con tantos actores no profesionales y mi apoyo en el rodaje. Se hizo la mejor amiga y maestra de todo el elenco, demostrando esa generosidad que transmite en cada poro. Carolina es tan maravillosa que me regaló un personaje más grande que el que yo había escrito.

Mis actores (porque son míos) son la base, el alma y el corazón de esta película. Y, además, ya forman parte de mi propia familia.