Fuerza de corazón y entraña

Foto: ©Alberto Ortega


Carlos Silveira
, director del Centro de Investigación Teatral La Manada y profesor de interpretación, dedica unas palabras a Carolina Yuste, ganadora del Goya a Mejor Actriz de Reparto por Carmen y Lola


Por Carlos Silveira |

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Carol. Estaba preparándole las pruebas de acceso a la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Sentada en primera fila, con una coleta alta y un cuaderno. Luego fui su profesor durante tres años en el Centro de Investigación Teatral La Manada. Nuestra escuela. Allí la vi hacer de Marlene en Top Girls, Desdémona en Otelo, Alice en Closer, Aileen en Monster. Le enseñé a hacer improvisaciones, a conectar consigo misma para prestarse a sus personajes con honestidad. Pasamos por lágrimas y risas. A veces se enfadó conmigo, aunque lo niegue. A veces pensó que no valía, aunque no lo niegue. A veces ganó y otras muchas perdió. Pero con toda esa cantidad de recuerdos, ahora que me siento a escribir sobre ella, me viene esa imagen del primer día que la vi. Con la coleta alta y el cuaderno. No tiene explicación. Debería estar hablando ya de sus increíbles virtudes como actriz. ¿Por qué ese recuerdo aparentemente insustancial? ¿Por qué no aquella improvisación con David Cárdenas con una inconsciente de “te quiero” en los dos? Sonrío. Pero no es esa la imagen primera. Creo que la recuerdo con la coleta alta y el cuaderno porque reconozco a Carol en la capacidad de aprendizaje sin descanso. En mi memoria ella siempre está esperando a apuntar alguna cosa en su cuaderno. A la espera de que lo nuevo la haga mejor de lo que ya es.

Hizo de Lady Macbeth. Con un vestido negro. Ya entonces, con diecinueve años, dejaba ver esa fuerza de corazón y entraña que hoy la caracteriza. Eran diecinueve años llenos de ganas, de ilusión, de fuerza, de ambición, de sensibilidad. Pero también de miedo. No debería hablar del miedo en un artículo que habla de Carolina Yuste después de haber ganado un Goya, ¿verdad? Probablemente no. Debería hablar de su talento, incuestionable; de su capacidad de esfuerzo, sin duda. Aún así, intentaré explicarme. Hacíamos Amor y restos humanos, de Brad Fraser, hace quizás cuatro años. Teníamos que grabar unos vídeos promocionales de los actores hablando del proceso y de su personaje. Lo habitual. Carol estaba en pánico. Le daba miedo la cámara. No quería hacerlo. No quería hablar para la cámara. Le dije que solo bastaba con que mencionara el título de la función y que yo, mientras, le cogería de la mano para darle fuerzas. Que no hacía falta más. Me miró con esos ojazos suyos que matan tristezas y asintió. Y así lo hicimos. Con mi mano por debajo del plano. Intentando paliar el miedo que no debía tener, pero que tenía.

Años después, me invitó a ver la estupenda Carmen y Lola, de la maravillosa Arantxa Echevarría. Allí, en pantalla grande, la vi aconsejar a dos niñas confundidas en un mundo que no quería dejar espacio para ellas, la vi amar a Paqui más allá de sí misma, tratar las escenas con el respeto de la técnica actoral y con la pasión de los seres humanos comprometidos con sus sueños. Y noté cómo me soltaba la mano. Sentí que el miedo se iba de ella. No volaba. No. El miedo no se va cuando vuelas. Se va cuando sabes. Cuando aterrizas y miras de verdad. Como ella. Por eso he hablado del miedo. Porque Carol lo tuvo y supo cómo vencerlo. Esa es su fuerza. Admiro mucho su inteligencia, su sensibilidad y la técnica que tanto trabajo y dolor le ha costado conseguir. Es una actriz grande ya. Lo del Goya es una anécdota. Prepárense. Lo mejor viene cuando la conozcan de verdad. Lo mejor viene ahora. Ya no tiene miedo.