Foto: ©Marino Scandurra


Por Yousaf Bokhari,
ganador del Goya a Mejor Dirección de Producción |

 

Si es compleja la dirección de producción, lo es también valorarla o evaluarla en su justa medida. El hombre que mató a Don Quijote no es necesariamente la película que más ha costado, la que más extras y elementos de época ha tenido. Muchas veces, en producciones de bajo presupuesto –quizá especialmente por ello–, hay un trabajo de encaje de bolillos, de malabarismo con los recursos que es difícil de apreciar a primera vista. En una película se juntan muchas mentes creadoras –directores, decoradores, directores de fotografía, diseñadores de vestuario– todos apasionados de su trabajo (si no, no se dedicarían a esto tan complejo) queriendo dar lo mejor de sí mismos. Y en medio de ellos los de producción, aparentemente con la única misión de cortar las alas de esa creatividad, un trabajo no siempre valorado ni apreciado, pero alguien tiene que agarrar la creatividad por un lado, las habas contadas por otro, e intentar que converjan felizmente. Quien entienda la labor de dirección de producción como de mero recortador de costes se equivoca. Es un trabajo que, bien hecho, tiene también mucho de creatividad, mucho que aportar no solo a que la película se haga en presupuesto, sino en la parte creativa, aportando los conocimientos y el hábil uso de los recursos para lograr el mejor valor de producción –lo que algunos, a modo de elogio, refieren como … “parece que ha costado más de lo que ha costado!”–.

El hombre que mató a Don Quijote, de Terry Gilliam, es desde hace años una película mítica antes de hacerse, o quizá precisamente porque parecía que nunca la iba a poder hacer. Un proyecto que llevaba rondando en su cabeza desde hace casi 30 años, que hace 18 años llegó a arrancar, pero al cabo de solo seis días tuvo que suspender al colocarse todos los astros en su contra, desventura que todos conocemos bien a través del famoso documental Lost in La Mancha.

En los 18 años sucesivos ha habido varias ocasiones en que se ha acercado a volver a cabalgar con su Quijote, hasta el punto que ‘El Quijote de Gilliam’ formaba ya parte de esas películas míticas por malditas que nunca iban a ver la luz.

Es por ello que, cuando me llamaron para dirigir esta producción, fue imposible no aceptar el reto. Un reto sumamente complejo, pues había que conciliar los medios de una producción principalmente española con la fantasía que Terry Gilliam ha llevado en la cabeza durante 20 años, a veces al limite de lo posible, con un elenco internacional de primer nivel y unas localizaciones complejas, sobre un plan de rodaje sumamente ajustado. Hubo que hacer mucho encaje de bolillos, intentado ser fiel a la visión de Terry, procurando recuperar el máximo de localizaciones originales (algunas ya estaban en ruinas). Requirió contemporización por parte de Terry y un gran esfuerzo económico por parte de los productores. Tuve la suerte de contar desde el principio con la plena confianza de ambos. Afortunadamente, Terry y yo nos entendimos muy bien desde el primer momento: su deseo de fidelidad a una historia que ha llevado en su cabeza tantos años, que después de tanta leyenda negra y de tanta expectación se mantuviera fiel a las expectativas; y él por su parte confió plenamente en que estaba ahí para ayudarle a sacarla adelante.

Y por supuesto, si esta película se ha podido realizar es gracias también a un magnífico equipo, todos ellos hicieron un gran esfuerzo, también económico, para apoyar a Terry. Algunos por motivos románticos, pues habían formado parte de ese primer grupo de hace 18 años, y todos deseando poner su grano de arena para que la película imposible fuera al fin posible.

El hombre que mató… requirió mucha dedicación, desvelo, sangre, sudor y lágrimas, pero sin dudarlo ni un instante, de todas en las que he participado a lo largo de mi carrera, esta tendrá para siempre un lugar muy especial.