La verdad de Gaza

Foto: ©Miguel Córdoba

Por Carles Bover y Julio Pérez | 

Encuadrar es una forma de contextualizar. Y todo contexto es reflejo difuso de una identidad confusa. Nuestra mirada nos refleja, y desde ese reflejo contextualizamos. Por eso creemos que la experiencia documental es una relación especular. Reflejamos una realidad que se filtra desde una subjetividad y, por tanto, subjetivamos lo real, lo hacemos nuestro al visualizarlo, nos comprometemos con la realidad al intentar mantener la distancia: cuanto más creemos alejarnos, más nos sumergimos. Cuanto más nos alejamos de lo real, más presiona la realidad. Cuanto más te distancias de la realidad, más real se hace la realidad.

Es en esta relación ambivalente con la realidad donde la experiencia documental se transforma en reflexividad. Y ahí, en la tensión entre realidad y representación, emerge el problema político de la experiencia documental. Por un lado, siempre hay algo de lo real que no se puede representar, que no se deja capturar, que desborda el encuadre. A esa relación con lo real que no se deja inscribir en el documental podríamos denominarla como «verdad». Por otro lado, el hecho mismo de documentar la realidad significa re-construirla, es decir, volver a construirla desde una mirada subjetiva que la transforma, voluntaria o involuntariamente, en otra dimensión, desde otro plano, en la esfera, relativamente autónoma, del discurso audiovisual sobre lo real y que genera otra «verdad». La correlación de fuerzas entre esas dos «verdades» en conflicto es lo que estructurará el campo de lo político simbólico y dotará de sentido a la experiencia documental. En función de cómo se organice el discurso documental, se establecerá un «régimen de verdad» –al estilo de los diseccionados por Foucault–, y se dislocará o se reforzará la narrativa del poder dominante.

No son los «hechos», por tanto, los que construyen la «verdad», sino su organización e inscripción dentro de la estructura narrativa. Por eso exactamente es imposible la neutralidad/objetividad documental: mirar es ordenar y ordenar es narrar. La mirada está politizada por la experiencia y nuestra experiencia nos obliga a mirar a la realidad desde una subjetividad. Así miramos, porque así vivimos, porque así sentimos, porque así… una larga cadena equivalencial de afectos y posiciones que se articulan en un discurso que genera una «verdad», parcial y subjetiva, más cercana a la realidad que la «verdad oficial», impuesta por los aparatos ideológicos, es así como la experiencia documental genera una «verdad» que pugna por hacerse más real que la realidad.

Por eso y para eso documentamos la realidad, para que las otras verdades emerjan desde su diferencia absoluta, desde su subjetividad políticamente irreconciliable con la «verdad». Ponemos una imagen en relación a una verdad para crear una realidad. Porque las imágenes son ese reflejo fragmentario y cambiante que documentan la realidad de la «verdad», y que solo después son interpretables. Como nos recuerda Chris Marker en La Jetée: «nada distingue a los recuerdos de los momentos comunes. Solo más tarde se vuelven memorables por las cicatrices que dejan». Y desde esa impugnación del relato oficial que impone su «verdad», documentar las cicatrices de Gaza es denunciar que los momentos comunes son los que tejen la otra «verdad», la de la gente común, la que se convierte en memoria porque refleja la vida de la comunidad.

Si hemos documentado la vida común es para proteger la vida de la gente común. La memoria seleccionará su «verdad», para entonces la realidad ya habrá vuelto a cambiar.