MEJOR GUIÓN ADAPTADO| UN DÍA PERFECTO

©Enrique Cidoncha

©Enrique Cidoncha

Por Fernando León de Aranoa

“¿Tu primer muerto?”, pregunta el veterano trabajador humanitario que interpreta Tim Robbins a Sophie, la recién llegada a una misión en los Balcanes, en los últimos días de una guerra atroz. Se asoman los dos a un viejo pozo industrial en el que comienza a descomponerse el cadáver de un hombre grueso: alguien lo ha arrojado allí para corromper el agua y desabastecer a las poblaciones cercanas. “Tu primer muerto nunca se olvida, es como tu primer beso, o la primera vez que haces el amor”, explica el cooperante, para luego rememorar conmovido tan cruciales momentos de su vida.

Él tiene razón. Las primeras veces nunca se olvidan.
Esta es la primera vez que adapto una novela. Escuché hablar de Dejarse llover en el norte de Uganda. Rodaba allí para Médicos sin Fronteras un documental sobre el éxodo forzoso de miles de niños que buscan refugio a diario para evitar ser secuestrados y forzados a combatir. Me cautivaron la aparente sencillez de su pretexto argumental y su profundidad, que van juntas. Y, con la ayuda de Diego Farias, nos pusimos a trabajar.

Pero, ¿cómo se convierten las palabras en imágenes, los capítulos en secuencias? ¿Cómo los monólogos en miradas, los finales en principios y viceversa? El corazón de la novela, memoria de recuerdos y sensaciones en primera persona, reflexivo y apoyado en la voz interior de su protagonista, tenía que ser transformado en acción.
La necesidad de encontrar una cuerda para extraer el cadáver del pozo parecía el pretexto perfecto. Había que retorcer su búsqueda hasta el infinito. Cuerda que se niegan a venderles en una aldea próxima. Cuerda que amarra a un perro desquiciado a las ruinas de lo que una vez fue su casa, ajeno al drama que se esconde adentro. Cuerda de la que cuelgan los cuerpos de aquellos a los que una vez amamos; cuerda que mata, que arranca la vida. Quizá la misma cuerda que hoy, en otras manos, podría salvarla.
La acción se constituye así en metáfora del absurdo: la imposibilidad de resolver el problema más simple, el sentido común muerto y enterrado en el campo de batalla, Sísifo metido a cooperante. La razón, primera víctima de cualquier conflicto armado.

La cuerda que iza los restos de una bandera descolorida en un mástil, en un almacén vacío en mitad de la nada, sintetiza la película. B se la pide prestada al solitario soldado que la custodia: ¿patria o agua? Pero arriar la bandera no es una opción en tiempos de guerra. Otra vez la urgencia, el sentido común, en el punto de mira.
Sucede a menudo que rodando una historia terminas de comprenderla. Esta se apoya en objetos simples, cotidianos: un pozo, una pelota, una cuerda. Que en el paisaje desquiciado de una guerra pueden llegar a significar una cosa muy distinta.

Tirando de esa cuerda llegaron a la película personajes y situaciones que no existían en la novela. Sophie, la experta en saneamiento; fuerte, transparente y sin corromper aún, como el agua del que se ocupa. El pequeño Nikola, perseguido por un grupo de adolescentes armados, guía improvisado de los trabajadores humanitarios: tiene solo nueve años y un adulto en la mirada. Katya, experta en evaluación de conflictos, afilada e inteligente, una guerra dentro de otra guerra. O la anciana local que recorre los sembrados detrás de una reata de vacas, y conjura así el peligro incierto de las minas.

Para adaptar una novela necesitas ante todo reconocerte en ella, sentir próximo lo que su autor cuenta, cercana su voz, su mirada; después, perderle el respeto, hacerla tuya. En palabras de una veterana guionista, amiga y maestra, “matar al autor”. Escribir una película es, en realidad, contar otra historia. En el proceso desaparecieron personajes, otros nuevos llegaron a la historia; surgieron tramas, sucesos, momentos. Tomamos rutas distintas, acaso para llegar a parecidos sitios.

Entonces vino el delicado trabajo de adaptar al inglés un guión enteramente escrito en español. Dejar tus diálogos en manos de otro nunca es fácil, a no ser que sepas que los cuidará como si fueran suyos, que buscará la musicalidad y el tono, el color, la métrica. Que elegirá cada palabra como si apenas quedaran diez en el mundo. Ese es el caso de Tony Gray. Las conversaciones son música, tienen su propio tiempo, su rima interna, su compás y sus silencios, y él lo sabe, porque viene de una familia de músicos. Las primeras veces nunca se olvidan.

Mi primera vez en una guerra fue en Bosnia, así que decidí trasladar allí la acción. Me llevó semanas localizar las tres docenas de cintas de betacam que nos trajimos, y que habrían de servir de referencia a todos los equipos de la película. Más a mano, pese al tiempo transcurrido, conservaba la sensación de irrealidad, de confusión, de laberinto, que nos acompañó en todo momento allí, y que encontró al fin asiento, su lugar, en las páginas de este guión. Veinticuatro horas en la vida de un equipo de trabajo humanitario, una visita guiada a su rutina, a la cotidianeidad de todas las guerras. Un paseo por las brasas de un infierno reciente, extinguido ya, pero que todavía quema.

*Texto publicado en la edición del guión de Un día perfecto