Llegar y besar el santo
MEJOR MÚSICA ORIGINAL / Lucas Vidal por Nadie quiere la noche y MEJOR CANCIÓN ORIGINAL / Lucas Vidal y Pablo Alborán por Palmeras en la nieve
No es de extrañar que un eufórico Lucas Vidal se quedara, literalmente, sin palabras cuando le tocó salir al escenario para recoger el Goya a la Mejor Música Original por su trabajo en Nadie quiere la noche. Había logrado algo nunca visto hasta entonces en la gran fiesta del cine español: alzarse con los dos cabezones musicales de un tirón sin apenas tener tiempo para celebrar el primero entre bambalinas. Y es que este joven exponente de la nueva hornada de compositores audiovisuales había traspasado las puertas del Madrid Marriot Auditorium Hotel minutos antes de iniciarse la gala como novato en estas lides para, en cosa de cinco minutos, doctorarse cum laude. “Me encantó poder formar parte de esta gran fiesta, ver a un montón de colegas y amigos de la industria que normalmente no tengo tiempo de ver. Ganar además los dos premios fue todo un honor para mí, pero creo sinceramente que en el arte no hay ganadores ni perdedores; no creo que lo que he hecho en ambas películas sea mejor que los geniales trabajos de Alberto Iglesias, Santi Vega o Shigeru Umebayashi” nos confesaba con toda humildad a propósito de sus compañeros de nominación.
Por Miguel Ángel Ordóñez y David Rodríguez Cerdán
La primera sorpresa de la noche se la llevó al escuchar su nombre y el de Pablo Alborán en boca de Alaska y Rosario Flores cuando las cantantes anunciaron que el Goya a la Mejor Canción Original era para el tema ‘Palmeras en la nieve’ de la película homónima de Fernando Gonzalez Molina, coescrito a cuatro manos por Vidal y el cantautor malagueño. Al recoger el premio en compañía de su colega, Vidal aprovechó unos segundos para desmarcarse de la consabida retahíla de agradecimientos y lanzar un mensaje a todos los jóvenes soñadores en nombre de ambos: “hay puertas que se cierran, pero otras que se abren a base de esfuerzo. Hay que luchar por los sueños, no vale con quedarse soñando. Con un poquitito de talento y mucho esfuerzo van saliendo los resultados”, sentenciaba visiblemente agradecido por un Goya que venía a premiar su callo y una perseverancia a prueba de fronteras –a sus 31 años Vidal puede presumir de haber montado la compañía Chroma con su socio Steve Dzialowski y el estudio Music and Motion Productions [MuMo] con base en Madrid y California–.
Fue la productora de Palmeras en la nieve, Mercedes Gamero, quien puso en contacto a Vidal con González Molina. Tras montar juntos un teaser de la película, compositor y cineasta se dieron cuenta de que sintonizaban a la perfección. No solo compartían las mismas ideas sobre la estética musical de la cinta, sino que además estaban de acuerdo en que la película necesitaba un tema vocal con mucha pegada. Así que, ni cortos ni perezosos, llamaron a la puerta de Warner Music y esa misma semana Vidal y el astro del pop nacional ya estaban intercambiando ideas y acordes para un tema que llevaría el mismo nombre de la película. Música y letra fueron escritas a caballo entre el estudio privado de Vidal y el famoso Estudio Montepríncipe, donde grabaron voz, piano, batería, guitarra y bajo para luego añadir una sección de cuerda y el acabado electrónico con idea de que la canción –tal como les había pedido su director– fuese al tiempo épica, emotiva y delicada. Aunque los músicos se pusieron manos a la obra partiendo de cero, desde el principio tuvieron claro que Palmeras en la nieve tenía que ser como un crescendo; de ahí que el tema empiece con un pegadizo ostinato de piano para ir sumando capas hasta alcanzar “un final muy potente”, como nos explicó el compositor madrileño en el anterior número.
Pablo Alborán no duda en describir su primera incursión cinematográfica como un tema “muy visual, un juego de metáforas en el que entiendes y reconoces la historia de amor”, y Vidal solo tiene palabras de elogio para su colega. “Desde el minuto uno” nos comenta, “Alborán buscaba la perfeccion, el detalle, aunque durante el proceso hubo muchas risas y momentos divertidos”. Una sinergia artística con todas las letras que ambos músicos no han dudado en calificar de “colaboración total”.
Vidal reside desde hace una década en Los Ángeles, donde trabaja asiduamente para el establishment hollywoodiense, pero este cambio de aires no ha obstado para que de cuando en cuando ponga música a las pantallas españolas de la mano de directores como Jaume Balagueró –Mientras duermes–, Daniel Calparsoro –Invasor– o Jorge Dorado –Mindscape–. Entrar en contacto con una cineasta de la talla de Isabel Coixet ha sido para él un “auténtico regalo” y Nadie quiere la noche, un proyecto al que no podía negarse. “Me contactó la productora Antonia Nava, y ella fue la que me presentó a Isabel. Tras hablar con ella y mandarle unos apuntes, consideró que era una buena idea trabajar juntos. Fui a Barcelona y ¡ahí empezamos a tope!” reconoce, antes de deshacerse en elogios hacia la directora catalana. “Ha sido de las mejores experiencias profesionales de mi vida. No solo es la persona que más sabe de cine que conozco, sino que además es un encanto, muy sencilla y muy divertida”. En lo referente al método empleado para traducir el significado de las imágenes a música, Vidal indica que “no tuvimos una metodología única. Yo iba enviando demos y las comentábamos; Isabel me dio muchísima libertad creativa, es más, me incitaba a probar nuevas sonoridades y tratar de hacer algo totalmente distinto cada vez. Solo puedo insistir que estoy muy contento de haber trabajado con ella”.
El estilo empleado por el compositor madrileño se mueve entre una suerte de minimalismo intimista y una atmosférica impresión de belleza fría, casi claustrofóbica. Sobre lo que tenía que subrayar la música en Nadie quiere la noche y los colores orquestales que mejor podían sugerir esa propuesta, Vidal es tajante. “Creo que narrativamente el guión era tan espléndido que las escenas se sostenían por sí solas. La música debía apoyar levemente y en algunos momentos animar al espectador a sentir el frío, la angustia, la soledad de ambas protagonistas. Es por eso que decidimos utilizar elementos electrónicos ‘fríos’, sonidos neutros y cuerdas más cálidas en los momentos dramáticos, aunque nunca intentando caer en el cliché, en lo obvio” nos recalca, para terminar recordando uno de esos momentos en la película donde se sintió en plena comunión con la imagen: “mi escena favorita es el momento en el que se rompe todo y se quedan las dos agarradas. Ese instante está muy logrado a todos los niveles, la música refleja ese momento tan duro… y ¡funciona!”. Damos fe de ello, y si no pregúntenle a los adustos cabezones de bronce, obra de José Luis Fernández, que ya flanquean la entrada de su estudio.