Querido maestro… Ibáñez Serrador

enero 15, 2019 33 edición ·

Alejandro Amenábar, J.A. Bayona, Paco Plaza, Jaume Balagueró, Rodrigo Cortés, Koldo Serra y Alice Waddington dedican unas palabras a Ibañez Serrador y reivindican su legado y la influencia en su carrera

Foto: ©Cortesía de Prointel

Una fuente de constante inspiración | Por J.A. Bayona

No exagero si digo que descubrí el cine de terror, al menos parte fundamental, gracias a Chicho. Mi cinefilia, mi amor incondicional por ese género e incluso algunos gestos de mis películas pasan por él, pasan por las (muchas) películas que hizo y por las (muchas) películas que me recomendó. Que nos recomendó a toda una generación de futuros espectadores y cineastas enamorados de los relatos de horror y fantasía,  fascinados por las posibilidades del cine para explicarlos. Le debo el descubrimiento de clásicos del género, también de historias creadas en los márgenes que él se encargó de poner en su lugar y defender con entusiasmo. Recuerdo las introducciones de Luisa Armenteros y Chicho para Mis terrores favoritos, uno de los muchos espacios desde los que cumplió una labor divulgativa, pedagógica, fundamental. Esas presentaciones no solo eran la puerta abierta a películas que se quedarían conmigo para siempre. El tono cómico y ligero que utilizaba en ellas me ayudó a entender que la naturalidad y el humor eran fundamentales para hacer frente a los miedos, que eran básicos para armarse de valor y entrar en un mundo alucinante de pesadillas. Quizá sea esa una de las razones por las que, en vez de evitar el terror, decidí dedicarme a él. O por las que sigue siendo uno de mis géneros favoritos.

También recuerdo de forma extrañamente vívida la mezcla de terror, emoción y curiosidad que sentía en la oscuridad de mi habitación infantil al escuchar los gritos que llegaban desde el salón… Los gritos de la cabecera de sus Historias para dormir, películas de las que mis padres quisieron protegerme sin saber que estaban haciendo todo lo contrario. Tanto esos gritos como la sensación de estar siendo resguardado de algo “prohibido” alimentaron mi imaginación y en mi cabeza esas películas todavía eran más terroríficas. Creo que mi preferencia por sugerir en vez de mostrar tiene algo que ver con el recuerdo de las fantasías y los terrores que imaginaba a partir de esos chillidos distantes. Y, dejando a un lado mis recuerdos de infancia, Chicho es y será siempre uno de mis directores favoritos. No solo de terror. Adoro La residencia (1970) y, sobre todo, ¿Quién puede matar a un niño? (1976). Y adoro la cantidad de ideas, de todo tipo, que hay tanto en ellas como en sus propuestas para televisión. La forma en la que Ibáñez Serrador –siempre al servicio de la emoción y, sí, del respingo– articula y rompe los relatos, mueve la cámara y planifica, pone en escena, presenta a los personajes, diseña atmósferas, dispone el tiempo, construye el suspense y concibe imágenes de terror irrepetibles, inolvidables, ha sido y seguirá siendo para mí fuente de constante inspiración.

Cenas con Chicho |  Por Jaume Balagueró

Que Chicho es un director de cine fascinante e incuestionable ya lo sabemos. Y que para ello le basta una filmografía de tan solo dos películas, también. Lo sabe todo el mundo. Aquí y en cualquier lugar donde hayan llegado sus historias. Allá donde vayas, por lejos que sea, acabas encontrando legiones de fans apasionados por sus películas. Hasta en Japón, donde nunca he estado. Pero me lo han dicho. No deja de sorprenderme.

Pero su faceta como creador de entretenimientos abarca mucho más que eso. No cabe duda de que la televisión –lo mejor de ella– es lo que es hoy gracias a su descomunal obra catódica. Una obra ingente que ha marcado durante años la vida de generaciones enteras. Eso también lo sabemos todos, claro.

Y algunos de nosotros sabemos también lo que su legado fantástico y terrorífico ha contribuido a forjar lo que hemos hecho. Lo que somos. Sin sus historias para no dormir o sus terrores favoritos seguramente nuestro destino habría sido otro. Más aburrido, me temo.

Pero lo que no todo el mundo sabe es que la capacidad de Chicho para el entretenimiento va mucho más allá. Hace algunos años, un puñado de jóvenes directores –sí, entonces lo éramos– decidimos reunirnos entorno a su figura para crear con él un sentido homenaje a Historias para no dormir. Convocamos reuniones y cenas para planear la cosa, hablar de recuerdos y de pasiones. Fueron veladas maravillosas en las que todos nos sentábamos a su alrededor y escuchábamos. Solo eso. No queríamos más.

Y Chicho hablaba y hablaba. Nunca se detenía. Y nosotros escuchábamos, aprendíamos, gozábamos. Y fueron muchas cenas. Ojalá hubieran sido más. A nosotros nos bastaba con eso.

Porque Chicho es entretenimiento en sí mismo. Un contador fabuloso de anécdotas, de experiencias, de sabiduría. Un narrador apasionado y brillante. Incansable. El tipo de maestro que goza tanto como el que le escucha.

Y al final hicimos las películas, claro. Las películas para no dormir. A veces pienso que solo fueron una excusa. Una treta de varios directores-fans que se inventaron un homenaje para acercarse a su maestro, sentarse con él y escuchar. Aprender. Soñar. Disfrutar. Y cenar.

Lo que la vida es, vamos.

Foto: ©Cortesía de Prointel


El día
del maestro | Por Paco Plaza 

Por una feliz coincidencia, el anuncio de la concesión del Goya de Honor de este año a Chicho se produjo en la jornada conmemorativa de ‘El día del maestro’. Pensé que hubiera sido difícil acertar con una fecha más apropiada, ya que esa palabra que a veces utilizamos con ligereza es en este caso la descripción perfecta para él. No solo por su maestría en el arte de contar historias, sino por la labor didáctica que ejerció Chicho sobre toda una generación de cineastas.

Cuando solo existía la cadena estatal, Chicho ejercía de “comisario” en un espacio llamado Mis terrores favoritos, donde semanalmente se programaban películas de terror; como he dicho, en aquella época solo había un dial, por lo que todos los espectadores que estaban viendo televisión entonces vieron No profanar el sueño de los muertos, Pánico en el Transiberiano, La novia de Frankenstein… por citar solo algunas de las películas que de la mano de Chicho y siendo tan niños sirvieron para nosotros de introducción al cine de género. Me recuerdo perfectamente junto a Víctor Moreno de 4ºB imitando al Drácula de Christopher Lee en el campo de tierra de los Salesianos, transmutados nosotros mismos en una versión inocente y valenciana de esos niños que poblaban la obra maestra de Chicho ¿Quién puede matar a un niño?

No me parece exagerado afirmar que, sin las prescripciones de Chicho, todos seríamos diferentes; el Álex de la Iglesia que conocemos, Bayona, Balagueró, etc… todos seríamos diferentes sin el influjo del que ha sido seguramente el cineasta más determinante para el cine de terror hecho en España, y todo ello con una obra cinematográfica compuesta tan solo por dos películas.  Siempre fantaseo con cómo hubiera sido la carrera de Chicho de haberse centrado más en el cine y menos en la televisión, y ojalá existiese una realidad paralela visitable en la que poder ver veinte o treinta películas de este cineasta superdotado. Pero como eso es imposible, celebremos la concesión de este honor a Chicho, y gracias a la Academia por darnos la oportunidad de agradecer a este gigante todo lo que ha significado para nosotros y por hacer que este año haya otro Día del Maestro.

La rendija | Por Rodrigo Cortés

No vi Historias para no dormir cuando tocaba. Podría inventar recuerdos (a menudo lo hago sin querer), pero nací en el 73 y no es cosa de trastear con la física. Recuerdo, por tanto, el Un, dos, tres, con sus campanas y sus decorados, con sus parejas de Coslada, sus apartamentos en Torrevieja y sus tarjetitas, que podía ver en familia. La obra de ficción de Chicho tiene para mí, en cambio, el aroma de lo clandestino: la escuché mucho antes de verla, aguzando los sentidos desde la cama, y la entreví luego, asomado a la puerta del salón como un cazador furtivo, mientras mis padres contemplaban los mismos horrores que a mí me vedaban. Recuerdo, pues, sensaciones y no imágenes, las imágenes las generaba yo cuando sonaban los pasos de la careta o al intuir a través de mi rendija el sello de los rombos prohibidos, promesa de mil condenas, o por las crónicas de los niños cimarrones en el recreo.

Con el tiempo recuperé aquel blanco y negro, que a veces se mezclaba en la memoria con retazos del Hitchcock televisivo (lo que sospecho que a Chicho no le molestaría), así que el ataúd de La última fuga —que en realidad dirigió William Witney— era para mí el de La promesa, y al revés. ¿No es «Chicho» transliteración apenas velada de «Hitchcock»? Hasta que llegó La residencia, rodada con elegancia y un punto de perversión, cine verdadero, alejado de las penurias de la tele. Y de sus restricciones. Y el salto cuántico de Quién puede matar a un niño, parábola cruel, destello hiriente, que inventores de inquietudes de todo el mundo copiamos cuando podemos, pues no dejarse tocar por ella es una oportunidad perdida.

Aquella puerta chirriante que lo empezó todo en el 65 era, creo yo, la misma a la que me asomaba yo, a la que nos asomamos tantos. Dice Chicho que se equivocó, que tuvo la oportunidad de irse a trabajar a Estados Unidos, y no a Argentina. Que debió hacerlo. Que habría hecho carrera allí. Que le habría ido mejor. Y tal vez tenga razón. Pero se equivocó, por fortuna.

Un referente | Por Alejandro Amenábar

No creo que a ningún cineasta de este país le haya sorprendido o contrariado este merecidísimo Goya de Honor. Chicho marcó a varias generaciones a través de la televisión, siempre enseñando y contagiando su amor al cine. Y en el camino nos dejó para la gran pantalla dos joyas del género de suspense: La residencia y ¿Quién puede matar a un niño?. La primera fue uno de mis referentes cuando escribí la película Los otros. El personaje interpretado por Nicole Kidman va mostrando su casa  a los nuevos sirvientes –incluida la sala de música– del mismo modo que el de Lilly Palmer lo hace a los recién llegados a la residencia. Para un amante del misterio como yo, y estudiante de imagen en aquel entonces, descubrir cine español de género, tan perfectamente ideado y ejecutado, sin duda me animó a continuar por ese camino.

Espero de verdad que Chicho disfrute de este premio y de esa noche en la que todo el auditorio se pondrá en pie y querrá devolverle por unos instantes el calor y la emoción que él nos ha hecho sentir durante tantos años.

 

Foto: ©Cortesía de Prointel


Un Goya para no dormir | Por Koldo Serra

Siempre he sido muy malo con las citas y trato de no usarlas para no meter la pata. Pero si hay unas palabras que suelo repetir en muchas ocasiones, son aquellas de Chicho Ibáñez Serrador que ilustraban un prólogo escrito por él para un libro de relatos cortos de Poe. Libro que guardo como oro en paño.

En él, Chicho hablaba sobre el miedo y decía que cuando uno es niño es muy impresionable y le asusta todo, tiene pavor a la oscuridad, a cualquier ruido extraño, incluso al silencio… Por eso, siempre ha defendido que a los adultos nos gusta pasar miedo para volver a sentirnos niños durante un rato.

Desde que yo era ese niño impresionable que describe Chicho, hasta el adulto que soy ahora, él  y sus terrores favoritos siempre han estado ahí. Mentiría si dijera que Chicho marcó mis primeras pesadillas, ya que cuando se estrenaron sus películas y sus Historias para no dormir yo no existía. Pero lo que si puedo decir es que después sí lo hizo… A fuego.

Y no solo eso, marcaría el camino a seguir por muchos, ya que fue Chicho quien nos enseñó que en este país se podía hacer cine de terror y fantástico sin ningún tipo de coartada o excusa. Y encima se podía hacer muy bien.

Chicho solo tiene dos películas y no necesita más. Supongo que muchos, entre los que me encuentro, cambiarían su filmografía completa por haber firmado una sola de ellas.

Por cierto, puedo decir con orgullo que un póster, original de la época, de La Residencia preside el salón de mi casa desde hace muchos años. Lo veo y lo miro a diario, soñando que se me pegue algo del maestro.

Gracias por asustarnos y hacernos sentir niños siempre.

Inspiradoras o inspiradas | Por Alice Waddington

“Mira, el género de internados para chicas rebeldes nada tiene que envidiar al western”, murmuraba entre alfileres Alberto Valcárcel, diseñador de vestuario, mientras trabajaba en nuestra película de debut, Paradise Hills.

Y a juzgar por la tensión de La residencia, no le faltaba razón. Tan fetichista e inspirada por las narrativas de Edgar Allan Poe, esta fue también la primera película de Chicho, en 1969. Año estéticamente extraordinario desde el punto de vista pop, rodada parcialmente en sets compartidos –con una película de Marisol, nada menos– al estilo Hammer Films, no solo sería una tremenda inspiración ocho años después para Suspiria, sino que lo ha sido para Paradise Hills, cincuenta más tarde.

Fue además, como tanto de lo que caracterizaba a Chicho, adelantada a su tiempo; disfrutable en su país adoptivo, pero pensada asimismo para un público internacional.

De La residencia nos ha inspirado su localización aislada, escuela femenina con edificio protagonista y carismático, de maravillosa noveleta gótica, reinaría en los setenta de la mano de editoriales como Ace Gothic. Las miradas voyeurísticas desde la distancia entre protagonistas para sugerir deseo, el uso del montaje durante las ‘labores’ fascistas e intrínsecamente femeninas como barrera de contención de la tentación. El personaje Alfa versus el arquetipo Beta de espíritus masculinos en un triángulo amoroso lleno de resentimiento. Su invernadero y metáforas visuales sobre mujeres jóvenes expuestas en una jaula de cristal para ser observadas. La rabia reprimida que aparece en explosiones emocionales de protagonistas maltratadas por un entorno que se supone debería apoyarlas.

Incluso el personaje de su gobernanta, interpretada por una desatadísima Lilli Palmer, extiende su sombra hacia el de nuestra excéntrica aunque cálida Duquesa, interpretada en nuestro caso por Milla Jovovich. Su tímido y siempre retenido Luis, de John Moudler-Brown, es homenajeado directamente por nuestro Markus, el también británico Jeremy Irvine; y su rebelde Teresa, Cristina Galbó, recuerda al personaje catártico de la Uma que interpreta nuestra Emma Roberts.

La mitad de mi vida ha parado muy cerca de Comillas, en Cantabria. Allí estuve fascinada desde pequeña con el Palacio de Sobrellano, donde jugaba con mis amigas a ser princesas-caballero con peligrosas misiones de rescate frente a monstruos terribles, y décadas después propondría ese enclave como hogar de los interiores históricos de Paradise Hills. Aunque tuviéramos que concentrar las localizaciones en Barcelona y Gran Canaria, nos llevamos su espíritu. Y aunque apocado por la censura de la época, la asfixia de anhelos y afectos de los personajes nos acarició del mismo modo que en películas icónicas del género como Picnic en Hanging Rock, Female Prisoner o El seductor.

¿Inspiradoras o inspiradas? Que el cielo las juzgue.