Componer silencios | Sobre la Mejor Música Original
El profesional más premiado en la historia de los Goya, Alberto Iglesias, logró su estatuilla número once en la ceremonia 2020 por Dolor y gloria
| Por David Rodríguez Cerdán
Son ya once Goyas con el de Dolor y gloria y once películas con Almodóvar, que se dice pronto. Capricho numerológico o vaya usted a saber, este doble once es otro círculo que se cierra para Alberto Iglesias (Donosti, 1955), quien lleva ennobleciendo el arte de la composición audiovisual desde que su lápiz bailara sobre los pentagramas de La muerte de Mikel, de Imanol Uribe, en 1984. A partir de entonces ha sido un camino de maduración y descubrimiento, que ha encontrado en el cine de Almodóvar su más feliz expresión. O una de las más felices.
Porque a Iglesias no le gusta hablar de su música en términos categóricos y menos aún en términos de cierre o acabamiento. En realidad, no se siente cómodo hablando de ella de ninguna manera, y al invitarle a desmenuzarla en palabras responde con una reserva similar a la del maestro Borges, quien con esa timidez suya encantadora se disculpaba alegando que hablar de sus escritos le resultaba indecoroso. «Cada premio es especial por una razón, ya que cada película es un mundo», comenta el compositor sobre su último Goya. Aún así no parece atrevido pensar que tras once largometrajes juntos, Almodóvar e Iglesias hayan llegado a una cierta zona de confort, a un cierto automatismo en el hacer. Sería una falsa impresión. Como relata el propio Iglesias, «toda historia tiene su manera de contarse e impone sus propios desafíos. Me gustaría decir lo contrario, pero para mí la experiencia, y más en el caso de Pedro, no es un grado».
Se entiende perfectamente en el caso de Dolor y gloria, donde Almodóvar se adentra en sí mismo como nunca antes para contar su amor al cine desde el alter ego Salvador Mallo. «Pedro estaba muy concentrado en contar esta historia. Se metió mucho en ella y esto fue la clave para entrar en la película», explica Iglesias. Aunque Almodóvar y él no concretaron una estrategia sonora, Iglesias tomó como referencia de aproximación la idea confesional de ‘La adicción’, el monólogo de Mallo sobre su historia con Marcelo que el personaje de Alberto lleva al teatro. «Le puse el clarinete a Salvador porque es un instrumento íntimo con una sonoridad sedosa muy particular. Además posee una flexibilidad de articulación que permite usarlo con versatilidad. Hace el silencio más evidente, o se pone detrás de los diálogos casi inadvertidamente», declara.
Y es que, como John Cage o Toru Takemitsu, Iglesias es también un gran compositor de silencios. Siempre atento a la expresividad que permite la presencia o la ausencia de música, reflexionó sobre ello. «Hay que escuchar el tiempo interior de la narración, cómo respira la película, la manera en que el director quiere contar la historia a través de los silencios o las pausas dramáticas, para saber dónde o no la música puede aportar algo, cómo hacerla entrar o salir», elabora con su habitual delicadeza.
Tras Dolor y gloria, Iglesias está considerando varios proyectos cinematográficos, pero ahora mismo no hay una película clara en el horizonte. Al menos ninguna sobre la que pueda hablar en detalle. No obstante, aclara que no deja de componer en ningún momento, y que actualmente anda ocupado escribiendo música de concierto. Ya sea la una o la otra, confiamos en poder escucharla pronto y a él seguir escuchándole por muchos años.