Frente al fuego | Sobre la Mejor Dirección de Fotografía

El responsable de la fotografía de O que arde, Mauro Herce, rememora cómo abordaron la historia de Oliver Laxe, tras alzarse con el Goya a Mejor Direción de Fotografía en la 34 edición de los premios

 

| Por Mauro Herce

Queríamos que O que arde fuese un filme frágil y contenido. Para ello, debíamos rehuir cualquier forma de artificio en la puesta en escena, en la luz o en los decorados. Intentamos seguir la lógica del menos es más, y estar muy atentos a si alguna de las piezas “escogidas” desentonaba. Pasamos algunas temporadas viviendo en aquel valle –que por otro lado ya conocía de otras aventuras con Oliver–, así como una buena parte de Galicia, donde he ido a filmar varias veces. Nos gusta pasear por sus bosques, visitar a los vecinos y pasar tiempo con ellos. También nos gusta observar. Ese tiempo en el lugar es esencial para entender cómo se mueven las cosas, cuál es su ritmo verdadero, y no uno idealizado por nosotros. Observar gestos, detalles, su manera de vestir o de organizarse en el día a día. Así como ningún guionista puede imaginar ciertas cosas sin conocer el lugar, lo mismo pasa con la luz: saber cómo se va a comportar en una habitación determinada, cómo penetra por una ventana y va a dar sobre una mesa de un cierto color y brillo, a cierta hora del día. Tengo la impresión de que, cuando ese trabajo se hace bien, apenas hace falta nada luego. Si pienso en las escenas que más me gustan del filme, son aquellas en las que resistí a la tentación de muchas cosas, aquellas en las que supe ver y respetar la belleza de lo más simple. El buen encuadre, el buen fondo, el buen ángulo respecto a la luz, la buena hora. La justa distancia respecto a la escena y los actores. Apenas un palio y un reflector, resistir al humo, resistir a los HMIs entrando por la ventana cuando no hacen falta, resistir a toda proeza y efecto. Creo que esa fue mi mayor contribución al film, por lo menos en las dos terceras partes de este, con Amador y Benedicta.

En los fuegos, la cosa era diferente. Había que moverse rápido y adaptarse constantemente al fuego avanzando. Solo si estás cerca de la cabeza del incendio puedes, quizá, lograr cazar algo. Posicionarse respecto al fuego y los brigadistas, introducir a nuestros actores si la situación era medianamente estable. No hay tiempo para medir nada, con suerte logras capturar un instante que dure lo suficiente para constituir un plano. Vas montando en tu cabeza todo el tiempo: un plano, otro plano, ahora tenemos esto y nos puede hacer falta aquello… Filmar y salir corriendo para no quemarse, para no perderse, para no ahogarse. Fue muy emocionante e intenso, teníamos una energía que no es la nuestra habitualmente. La adrenalina nos salía por los poros, todavía no me lo explico. Estábamos excitados, poseídos, fuera de nosotros. Soñábamos con las llamas, y nos levantábamos con ellas, totalmente embriagados por su poder hipnótico.

Para nosotros, el cine es un trabajo de deseo y aproximación, de querer vivir una experiencia y de llevarla hasta sus últimas consecuencias; es decir, insistir hasta entender algo que apenas sabemos vislumbrar cuando empezamos.

Foto: ©Enrique Cidoncha