Oliver Laxe: “Tenemos que ser menos autores y más servidores”

Foto: ©Enrique Cidoncha


Con O que arde, Oliver Laxe (París, 1982) se ha quedado en paz como creador. El regreso a sus raíces, por encima de todo, le ha acercado más que nunca al espectador. “He sentido que la película emocionaba a todo tipo de público, no solo al especializado”, asegura sobre su tercer largometraje, que ya es la cinta en gallego más vista de la historia y que ostenta también el récord de ser la primera en esta lengua en proyectarse en el Festival de Cannes. Este año de alegrías, que comenzó con los reconocimientos en el certamen francés, se cierra con las cuatro nominaciones a los Premios Goya, entre ellas la suya de Mejor Dirección, que siente como una prueba del “cariño” con el que la industria ha acogido este filme “pequeño, humilde, frágil y  que ha subido la autoestima a la gente del campo” .

| Por María Gil 


¿Alguna nominación le ha hecho especial ilusión?

La de Benedicta a Mejor Actriz Revelación. Cuando hay algo irrealizable que se realiza es bonito. Los pequeños milagros se saborean mucho.

Sus tres películas han sido premiadas en Cannes, pero es su primera vez en los Goya. ¿Cree que la mirada a su tierra ha calado más entre sus compañeros?
Es cierto que el haber filmado por primera vez en España, tras 12 años de estadía en Marruecos, tiene repercusiones. Hay una identificación por parte del espectador y ha pasado lo mismo con los académicos. Al mismo tiempo, es la primera vez que he podido trabajar con medios y eso se nota. Es mi tercer largo y hay más madurez, más oficio, más claridad de lo que quiero y lo que busco. Quería hacer una película en ese valle, un lugar que conozco muy bien y donde ha nacido mi madre. Tenía ganas de que el proceso creativo me hiciera profundizar en mi relación con ese espacio y por eso he filmado con mi familia, mis vecinos y gente de allí.

¿Siente que está representando un cine gallego?
Yo soy gallego, por lo que hago cine gallego sea aquí, en Marruecos o en Francia. Allí se han sentido esos pequeños gestos y silencios que se ven en O que arde. Ha sido un evento social y cultural en Galicia. Mucha gente que hacía más de 30 años que no iba al cine ha acudido, gente que no está familiarizada con el lenguaje del cine ha hablado del cine, y ha dejado que le conmoviera. En Galicia ha sido muy positivo y creo que en España también. Hay un eco del campo que se comparte en toda España, tenemos ahí una herida todavía abierta.

Quería ocupar un espacio de cruce en mitad la polarización errónea entre ‘cine de autor’ y ‘cine comercial’. ¿Cree que lo ha conseguido?
Sí, porque ha tenido éxito en festivales y también con los espectadores, tratándose de una película en versión original en un país donde no hay tradición de la versión original, ni apenas salas donde se proyecte así, teniendo en cuenta además la ausencia de medios publicitarios. Aparte de lo estadístico, he sentido que ha traspasado del público especializado. Me he encontrado con un público muy maduro y sensible. He cumplido una de mis metas: ir más allá de esas élites autistas compuestas de críticos, programadores y cinéfilos cultivados con  los que es normal que nos sintamos cómodos algunos realizadores. Estoy contento porque ya no dirán que este cine no lo ve nadie, lo que es bueno para cineastas pequeños como yo y para pequeñas productoras y exhibidores que han apostado por ese cine diferente. Es un espaldarazo para todos.

¿O que arde supondrá un punto de inflexión en su carrera?
Creo que será más fácil financiar mi siguiente película. No me gusta la palabra carrera, yo estoy haciendo una obra y mis películas las decido en función de lo que hay dentro de mí, no de lo que hay fuera, en función de qué película quiero o necesito hacer.

“Dentro de mí están las armadas de la tradición y la modernidad combatiendo”

Desde Todos vós sodes capitáns, no pasaba un año sin que se replanteara si su misión en este mundo era ser cineasta o no. ¿Los premios y nominaciones despejan las dudas?
Más que los premios, la acogida de la audiencia. Me he quedado muy en paz como creador con O que arde, al haber sentido que era una película necesaria, que sirvo para algo, que mi trabajo tiene un fin. Hablo siempre de necesidad porque creo que tenemos que ser menos autores y más servidores, creo que ser autor es una consecuencia y no un a priori. Es una gran felicidad y paz que se te acerque la gente, conmovida y que te hablen de sus abuelos, de sus recuerdos y de cosas integrales de ellos mismos. O que jóvenes te digan que tienen ganas de ir a repoblar cualquier aldea perdida de Galicia, que haya servido de espejo. Eso es lo que me hace creer que esa locura y ese exceso que es hacer una película tiene su porqué.

Foto: © Enrique Cidoncha

Un premio para el campo

La cinta llega en un momento en el que el problema medioambiental está en el debate público, al igual que la llamada ‘España vaciada’. ¿Estas preocupaciones sobrevuelan O que arde?
Sí se puede decir que la rozan, pero no es una película que busque ilustrar una tesis, y creo que es uno de los logros de O que arde, que sea política sin serlo. Nace de una relación de dolor y de amor que tenemos, que he tenido yo y que tiene mi tiempo, mi generación y mi sociedad. Después, a nivel temático, todo lo que el espectador quiera sentir. Entiendo que haya espectadores o críticos que hablen del certificado de defunción de lo rural, pero yo veo a Benedicta a y a Amador muy vivos y muy dignos y nobles. Está todo muy conectado con el cine que he hecho antes. En mi cine siempre está la modernidad, que colisiona violentamente con el mundo de la tradición, con el campo. Y yo creo que es una confrontación que me habita como ciudadano, soy un ser humano de este tiempo con un pie en la tradición y muy habitado por la tradición. Dentro de mí están las armadas de la tradición y la modernidad combatiendo y eso es lo que me hace artista. De este dolor y esta esquizofrenia, que yo asumo como artista y sufro como ciudadano, se proyecta una obra donde todos esos temas acaban floreciendo de manera orgánica y natural.

En la escena en la que suena ‘Suzanne’, de Leonard Cohen, uno de los personajes defiende que “para que te guste la música no hace falta entender la letra” ¿Ve el cine también así?
Efectivamente, no hay que hacer gran cosa delante de una obra de arte, del mismo modo que no hacemos gran cosa cuando contemplamos un paisaje. Es la obra que te penetra, hay una relación misteriosa entre las imágenes y el ser humano. Creo que es el reto educativo, que los espectadores acepten los vacíos, las sombras, lo ambiguo, lo polisémico, lo esotérico, que convivan mejor con lo no dicho. Es el gran reto si queremos que el arte cinematográfico sobreviva.

Compagina su labor como director con la enseñanza de cine y la interpretación.
La docencia me permite vivir sin tener que hacer pactos con el diablo, proyectos que no quiero y que no necesite hacer esencialmente. Así acompaño a otros cineastas con menos experiencia, creo que puedo serles de servicio con la mía.

Pido tantas veces a actores que actúen en mis películas que me resulta muy complicado decir que no cuando me lo piden a mí. Me seduce mucho la muerte que implica actuar, el destruirte a ti mismo, el reinventarte, el quebrar la personalidad, que me parece que es la enemiga de la esencia. Ahora estoy haciendo teatro con Angélica Liddell.

¿Ya está inmerso en otros proyectos cinematográficos?
Aparte de esa obra de teatro, estoy concentrado en el proyecto pedagógico y de desarrollo rural y agricultura ecológica que estoy desenvolviendo en el mismo valle donde hemos hecho la película. Se inaugurará en 2020, por lo que espero no filmar mi próxima película hasta 2022, como muy pronto. No tengo prisa, voy a dejar que las cosas se pongan en su sitio. Es curioso y quizá contradictorio, porque este era el momento de apretar y de pisar el acelerador.

Si el 25 de enero sube al escenario para recoger el Goya, ¿de quién se acordará?
Por supuesto del equipo. Hay mucho talento y sacrificio detrás de O que arde. También de la gente del campo. Sería un premio para el gemido ancestral del campo.