Marisol, el mito se hizo carne

enero 7, 2020 34 Edición · ·

Ana Belén, Lolita, César Lucas, Juanjo Puigcorbé y Valeria Vegas, entre otros, repasan la carrera de la Goya de Honor 2020

por Enrique F. Aparicio | Fotos: César Lucas

Non ti scordar di me. No me olvides. Es casi la primera frase que el público, de España y del mundo, escuchó en boca de Pepa Flores, de Marisol, en la secuencia que abría Un rayo de luz (1961). Casi sesenta años después de aquella iniciática aparición, y cuando los años de retirada superan ampliamente los de carrera y esplendor, aquel verso del clásico napolitano ‘Santa Lucía’ convoca un intrincado ejercicio de recuerdos y olvidos voluntarios. No me olvides, pudo decir la paupérrima Pepita Flores a Marisol, aquella máscara a medida que le pintó todo un país y casi el mundo entero; no me olvides, quizás se atrevería a suplicar el más que explotado personaje Marisol a esa mujer volcánica que estalló un día en Pepa Flores; no me olvides, cantarían juntas Pepa, Pepita y Marisol, cuando todas las niñas –las que pudieron ser y las que no– y todas las mujeres dentro de ella decidieron poner punto y final a su carrera y un signo de interrogación a su mito. Un mito que nunca ha menguado y cuya sombra se palpa en la edición número 34 de los Premios Goya, unos galardones que nacieron cuando Pepa Flores ya vivía en la tierra (la suya, la de la ciudad de Málaga que este año acoge la gala) y Marisol en los cielos. Unidas por ese rayo de luz que lo encendió todo, Marisol y Pepa Flores, mito y mujer, reciben este año el más divino de los galardones de nuestro cine en la ciudad que las vio nacer.

«Yo no fui prodigio. Fui una niña normal que hacía las cosas con una cierta naturalidad. Podía haber sido cualquier otra chica de mi edad, pero tuve la suerte de que me vieran a mí”. Pepa Flores, cigarrillo en mano, contestaba así de parca en un Informe semanal de 1973 a un entrevistador cuyas preguntas no han superado la prueba de ser vistas décadas después sin la vergüenza del machismo implícito y explícito. La joven comenzaba a zafarse entonces de las sucesivas y muy lucrativas capas que le habían impuesto desde pequeña. El humo del tabaco cubría en aquella charla un rostro que ya entonces había sido reproducido y proyectado hasta el delirio, pero que también había ido cambiando y ensombreciéndose, a medida que la niña Marisol, producto milimetrado para el éxito masivo y el simbolismo de un régimen que comenzaba a mirar al mundo, se revolvía contra el icono en que le habían transformado.

La leyenda habla de una niña pizpireta descubierta por un poderoso productor –Manuel Goyanes– que la convirtió, cual Cenicienta, en una estrella de la noche a la mañana. Debajo de ese resplandor, Pepa Flores ha ido dando pistas sobre la letra pequeña. Nacida en un corralón malagueño donde 57 familias compartían miserias y una única letrina, Pepita Flores destacó enseguida (enmascarando su endeble salud de chiquilla hambrienta) por su chispa y alegría. Antes de transmutarse en Marisol, y todavía con su natural pelo castaño, ingresa en un grupo infantil que aprovechaba el tirón de la otra gran estrella infantil de la época, llamado ‘Los joselitos del cante’, y comienza a trabajar y viajar por España en condiciones más que modestas.

En 1979 contó a Interviú: “yo tenía ocho años y dormía durante el viaje en la misma cama que la querida del empresario, una tal Encarna, que me daba unas palizas de muerte, pero con saña y mala sangre. Me tenía ojeriza, y no sé por qué todavía. En Lérida me dio tal paliza que me dejó el cuerpo como el de un nazareno. El empresario me invitó a comer en Gerona y me dijo que me levantara el vestido. Cuando me vio, mandó a llamar a mi padre inmediatamente y me mandó para Málaga. Figúrate tú cómo tenía que estar yo que, cuando llegamos al corralón, mi abuela al verme se desmayó en la hamaca”.

Habiendo por lo tanto ya probado en sus carnes las glorias y los sacrificios de la proyección pública, y tras una actuación en televisión, efectivamente Manuel Goyanes percibió en Pepita el material humano que necesitaba para la cinta Un rayo de luz, proyecto inicialmente adjudicado a su sobrina Conchita. La niña fue instalada en la propia casa del productor en Madrid. Su madre, en una pensión cercana. El tiempo apremiaba y la ya rebautizada Marisol cumplía con las dilatadas jornadas de dicción, canto, ballet, equitación o inglés. Le aclararon el pelo y le operaron la nariz. Pepita se quedó en Málaga. Bienvenida, Marisol.

El rayo que no cesa

El plan funcionó a la perfección. Un rayo de luz convirtió instantáneamente a su protagonista en un ídolo de masas, en la niña ejemplar de un momento de despegue nacional. España se rindió a sus trabajados encantos. “La primera vez que le hice fotos”, recuerda César Lucas, probablemente el fotógrafo que más veces ha retratado a Pepa Flores, “la habían nombrado personaje del año junto a José María Pemán o la Duquesa de Alba. Ella ya había estrenado su primera película, que había sido un bombazo. Pemán dijo: Marisol no es una niña prodigio, sino un prodigio de niña”. La pequeña se convierte en presencia constante en las revistas, como recuerda Lucas, quien cubría para los medios “cuando le probaban el vestuario de una película, cuando empezaba a rodar, cuando era su cumpleaños… Si no era portada de una revista, lo era de otra”.

El trabajo era continuo, no importaba la fecha o el horario. “Un fin de año, mi padre nos dijo que íbamos a un pase especial de la película de Marisol de ese momento. Sacó las entradas, que le debieron costar un riñón a mi pobre padre, y recuerdo estar en el gallinero más gallinero y ver una motita rubia, que era Marisol, que se tomó las uvas con los que estábamos allí, y luego cantó con la guitarra”. Quien recuerda es la pequeña María del Pilar Cuesta. La que habla hoy en su memoria, Ana Belén.

La periodista Valeria Vegas, autora del libro Grandes actrices del cine español, explica el idilio total con la niña: “la Marisol del boom inicial era la pequeña que afrontaba todo con una sonrisa. Si estaba en un internado y nadie iba a por ella porque no tenía padres, no solo no lloraba, sino que se ponía a cantar con las monjas”. Un arquetipo idealizado al que aspirar en tiempos tristes. Representaba “el positivismo absoluto. La niña guapa que no molesta a nadie, que como mucho gasta bromas pícaramente, pero es cándida y se compadece de los demás, le hace la vida feliz a todo el mundo. Era una paleta de virtudes, de todos los colores. La gente creyó que así era Marisol, porque además adopta en la vida real el mismo nombre de las películas. No hay una distancia para el público entre la niña y el personaje. Marisol devoró a Pepa Flores”.

Ha llegado un ángel, Tómbola, Marisol rumbo a Río, La nueva Cenicienta, Cabriola, Las cuatro bodas de Marisol… La niña se convirtió en adolescente y el negocio, en industria. Discos, giras, merchandising (incluyendo el desconcertante pasatiempo ¡Mide el cuerpo de Marisol!), fotografías, actuaciones privadas para los poderes fácticos… Lolita, también Flores, fue testigo privilegiado de esa época: “Marisol era mi ídolo, y tuve la suerte de que también fuera mi vecina. Iba a su habitación mientras ella se pintaba, me llevó un día a un plató mientras hacía Búsqueme a esa chica con el Dúo Dinámico, otro día fue a recogerme al colegio… A Pepa la hemos adorado siempre en mi casa”.

Entonces, la primogénita de la Faraona no era consciente de los sacrificios que disimulaba la estrella. “Yo tenía nueve o diez años”, comenta, “mi mentalidad no iba más allá de estar con Marisol, que era el ídolo de todas las niñas, y yo tenía el privilegio de estar con ella, de que los domingos me llevara a tomar una cocacola a la plaza de San Juan de la Cruz… Yo la miraba y no daba crédito”. Pasear del brazo del prodigio debía ser una experiencia extenuante: “entonces no pedían fotos, pedían autógrafos. La gente arrancaba un papel de cualquier sitio para que se lo firmara”.

En España no se pone Marisol

El éxito de sus películas y canciones era tan alto que ensombreció los futuros trabajos de una Pepa Flores cada vez menos Marisol. Para Valeria Vegas, “su primera etapa fue de éxito absoluto, pero probablemente no de satisfacción personal. Marisol se da una segunda oportunidad intentando que la veamos como esa actriz tan potente que fue, pero la niña prodigio todavía brillaba demasiado. El mito superó a la persona. Aunque hubiera hecho de Agustina de Aragón o de Juana la Loca, para el público siempre hubiera sido Marisol. Quizás ella buscara la aceptación de la crítica y del gremio, porque al público lo seguía teniendo en el bolsillo”.

También se ganaba a los compañeros que trabajaban con ella. Pedro Mari Sánchez, que interpretaba al hermano pequeño de Marisol en Cabriola (1965), confiesa que “cuando la conocí me puse colorado como un tomate. Una chica tan guapa, tan conocida… Me dio dos besos y se me subió el pavo, qué te voy a contar [risas]. Era como un sueño”. Superada la vergüenza inicial, “trabajando era maravillosa, muy cercana. Humilde y muy sencilla. Estaba a lo que hay que estar en un rodaje. Era muy atenta, sobre todo conmigo, que hacía de su hermano pequeño, y se estableció de inmediato una complicidad real. Ella realmente me trataba como a un hermano: me ayudaba, charlábamos, me contaba cosas… Yo me quedaba embobado”.

Sus historias tienen algo de paralelas. Sánchez también debutó siendo niño, en Atraco a las tres y La gran familia. Aunque al contrario que Pepa Flores, Sánchez vivió siempre con sus padres y continuó yendo al colegio, “solo que de vez en cuando hacía películas. De hecho, tuve una oferta de una major americana, con un gran contrato, y mis padres dijeron que no. Esa fue mi gran fortuna, mi crecimiento emocional estuvo acompañado por mis padres. Para mí era un juego, más que una obligación. Nunca me sentí forzado a trabajar”.

Un sentimiento de responsabilidad quizás demasiado grande para la mente infantil. Ana Belén debutó “en los estertores del fenómeno niñas prodigio”, en sus propias palabras. En Zampo y yo (1965), la actriz madrileña encarnó un papel que ya se le “había quedado pequeño a Rocío Dúrcal, que ya era demasiado mayor, y necesitaban un recambio”. Para ella, “desde el primer minuto en el que siendo una niña te embarcas en esta profesión, tienes interiorizado que estás trabajando, que vas a ganar un dinero importante para la época y que ese dinero servía para que tu familia viviera mejor. Eso es una putada para un niño: desde que tengo recuerdos, tengo responsabilidades”.

Para la voz de ‘Agapimú’ o ‘La puerta de Alcalá’, no es casual que esos niños prodigio procedieran “de familias humildes y trabajadoras. Había una dicotomía entre nosotros y los personajes que interpretábamos”. Visto con la distancia de la madurez, “me doy cuenta de que no podíamos permitirnos el lujo de hacer el tonto de adolescentes. Tú sabías que tenías que madrugar, o que tenías que rodar toda la noche, que no te podía dar el sueño, que no se te podía olvidar el texto… No te podías permitir tener la edad del pavo. No podías permitirte ni que te saliera un grano en la cara, porque eso era un desastre para el rodaje y así te lo hacían sentir”.

Foto: ©César Lucas

Desnuda y joven

Si el angelical rostro y divina voz de Marisol marcaron el signo de los tiempos en la década de los sesenta, su cuerpo desnudo fue la imagen viva de la Transición. En 1970, un productor extranjero pide imágenes de la actriz desnuda para valorarla como partenaire de Alain Delon en una producción en marcha. El fotógrafo de confianza de la actriz, César Lucas, es el encargado de tomar las instantáneas. Seis años después, sin el conocimiento ni consentimiento de Pepa Flores, una de esas imágenes coronó el número más vendido de la historia de Interviú. ‘Marisol, desnuda y joven’, se podía leer en la portada.

“La portada de Interviú fue mucho más que un desnudo. Se sigue poniendo de ejemplo cuando se habla de los cambios de la Transición, de la libertad que íbamos ganando día a día. Es uno de los símbolos de ese cambio político, social y cultural. Y esa portada tuvo el impacto que tuvo porque era Marisol, si hubiera sido Sofía Loren no habría pasado nada”, reflexiona Lucas. El fotógrafo llegó a tener problemas con la justicia, “que afortunadamente se resolvieron, porque me acusaban de delitos contra la moral, pero el proceso fue tan lento que, cuando llegó el juicio, ya habían cambiado las leyes. Eran años en los que las cosas iban cambiando perceptiblemente. Unos días antes del juicio, me encontré con Marisol y me dijo que si podía ayudarme, que contara con ella. Yo se lo agradecí”.

Valeria Vegas, que atesora una de las mayores colecciones de prensa del corazón de España, explica cómo ha afectado esa capacidad icónica al recuerdo colectivo de Marisol: “cuando pensamos en las grandes actrices españolas de la historia, nos salen muchos nombres antes del de Marisol, porque no caemos. Y no caemos porque pensamos en ella como icono, igual que pasa con Marilyn Monroe. Nos salen antes las Joan Crawford, las Bette Davis y muchas otras, porque Marilyn y Marisol trascendieron su trabajo actoral y se convirtieron en otra cosa”.

Foto: ©César Lucas

Mujer, actriz

De nuevo aquel insolente entrevistador de Informe semanal: “Marisol, niña prodigio. Marisol, adolescente menos prodigio. Marisol, mujer ¿qué?”. Y la respuesta, de nuevo, escueta: “mujer actriz”. Jaime de Armiñán, Juan Antonio Bardem, Eugenio Martín y Mario Camus serían los elegidos de firmar la reconversión adulta de la niña prodigio, aún tan presente. Antes, una cinta de metamorfosis: La chica del Molino Rojo, la última producción en la que Marisol cantó en celuloide. En ella, compartió muchas sesiones de trabajo con Manuel de Blas. “Yo hablo muy bien de Pepa Flores como compañero”, aclara de Blas, “pero no presumo de tener una amistad posterior a esa película. Pero sí compartí con ella muchos momentos, y charlábamos mucho en los tiempos de espera, en las comidas… Con ella sentías como si la conocieras de toda la vida, porque es la persona más natural y cercana del mundo. Al segundo día de tratar con ella ya te sentías querido. Era una más, no ejercía de estrella”. De Blas ha trabajado con muchas figuras españolas y extranjeras, desde Marlon Brando a Jeremy Irons o Brigitte Bardot. “La mayoría suelen ser la gente más normal del mundo, pero los hay que no. Los hay que ven que eres un actor de reparto y no pasan de los buenos días. Y con Pepa todo lo contrario”.

Después del Molino Rojo vendrían La corrupción de Chris Miller, El poder del deseo y Los días del pasado. “Incluso cuando estás viendo Los días del pasado, dirigida maravillosamente por Mario Camus, aparece Marisol y tú estás viendo al icono”, reflexiona Valeria Vegas. “Hay una actriz excelente haciendo un personaje, pero tu mirada solo ve al mito. Los productores y los directores de esa época eran conscientes de eso: era garantía de taquilla, pero un peso demasiado pesado que consumía al personaje. Si la maestra de esa película hubiera sido Ángela Molina, la hubiéramos visto de manera completamente distinta”.

¿Intentó Pepa Flores enterrar a Marisol y, simplemente, ser esa mujer actriz? Para Vegas, “quizás a ella le haya frustrado que sus esfuerzos como actriz no impidieran que dejara de vérsela solo como Marisol. En el cine español hay muchos iconos, pero no hay un caso comparable en el que esas primeras películas condicionaran de tal manera la carrera posterior”. Lolita cree que “la gente se acostumbra a una figura y no quieren que cambie. Pretendían que Marisol fuera niña toda la vida, y eso no podía ser. Ella fue una revolucionaria, aparte de una mujer bellísima”.

“Ella llevaba muchos años queriendo dejarlo”, confiesa el pintor Antonio Montiel, importante confidente de la artista durante décadas. “Tras la época Goyanes, todo lo que hizo fue mucho más esporádico. Además vivió decepciones, no quedó muy contenta con las películas que hizo con Juan Antonio Bardem. Ella sabe que lo mejor que hizo fue Los días del pasado, y porque la animó su entonces pareja, Antonio Gades. Su hija Celia era muy pequeña y no quería dejarla sola para irse a rodar. Pero Gades la convenció de que no se podía despedir del cine con lo que había hecho”.

Infancia perpetua

Pepa Flores no creció a gusto de nadie. La Marisol adulta desbordaba los límites de su propio trabajo en el cine y la música, en el que se interponían sus ideas políticas y su vida sentimental, que estaba en boca de todos. Juanjo Puigcorbé compartió proyecto televisivo con la Goya de Honor 2020 en Proceso a Mariana Pineda (1984). El intérprete recuerda que “ella era una de las personas más progresistas del país, y recibía muchos palos, también de la gente que se consideraba progresista. Un día, rodando en Sevilla, recuerdo que le habían dado el Premio Limón, y ella se quedó anonadada. No entendía por qué la castigaban tanto. Después de ser una de las personas más queridas de España, de haber sido explotada de todas las maneras imaginables en esta profesión, resulta que los premios y los aplausos significan muy poco para alguien que lo ha tenido todo. Ese poner el foco fuera de ti mismo, y dar esa potestad al público para premiarte o castigarte sin que lo merezcas… ella debió pensar que ya había tenido suficiente”.

Manuel de Blas rememora que, precisamente por su papel en esta serie, “que estaba estupenda, algunos críticos la machacaron, los de la prensa progresista. Una Marisol comunista sentaba mal a mucha gente. En esa época chocaba mucho que una actriz, una actriz que cantaba, tuviera opiniones. Por decreto, se había adjudicado a Marisol al régimen franquista. Y cuando creció, lo que la izquierda no calculó es que Pepa llegaba mucho más allá”. La famosa foto de Marisol con el puño en alto, participando en una manifestación comunista, “sentó muy mal, y no solo a la derecha. También a una parte muy amplia de los socialistas. La gente pretendía que se hubiera momificado y hubiera seguido siendo Marisol toda la vida. Pero ella tenía sus ideas, su forma de vida y su lucha, como cualquier persona”.

Cuando Pepa Flores, tras firmar una película –Caso cerrado, en 1985–y un disco con ese nombre, enterró a Marisol, España ya era otra. “Que un mito viviente desaparezca y se retire en la edad perfecta para contar grandes historias nos ha de hacer reflexionar”, apunta Juanjo Puigcorbé. “Creo que algo hicimos mal con Marisol, todos. El espíritu cainita de este país cayó sobre la persona más sagrada”, aventura. En España, cree César Lucas, “es bastante natural que cuando alguien triunfa, se le machaca. Es triste, pero estamos acostumbrados. Yo creo que ella se retiró porque quería vivir la vida que nunca había vivido. Su ilusión no era convertirse en una estrella; ella no quería eso. Le gustaba bailar y cantar, pero con los suyos, con su gente, en su barrio. La vida le dio una oportunidad y la aprovechó, para ayudar a su familia. Pero sacrificó su niñez, su adolescencia, su vida. Y en un momento dado dijo: hasta aquí”.

Manuel de Blas cree que “ella estaba muy harta, muy cansada. A ella no se la juzgaba como actriz o como cantante, sino por sus ideas políticas, sus amores… Todos buscamos la felicidad, o al menos la paz, y ella también lo hizo, dejando atrás este mundo. Un mundo que a ella le interesaba seriamente, solo hay que ver sus últimas películas, pero no pudo despegarse de ese pasado tan popular”. Pepa Flores es “una persona muy sensible y muy prudente, y lo ha demostrado. Es fuerte y es coherente con sus ideas. Consiguió ser una persona independiente de la niña prodigio y así se ha mantenido”.

Despedida y cierre

Corre, corre, caballito, ordenaba con descaro la niña Marisol en su primera película: “y si haces caso siempre a la brida yo habré de darte poco trabajo. Y si no quieres la cuesta arriba, escogeremos la cuesta abajo”. La carrera y la vida de aquella niña fue, sin duda, un recorrido empinado hasta su retirada. Pero justo en la cumbre, a ese caballo le crecieron alas. “En la vida vas aprendiendo poco a poco, siendo un personaje público, que lo que haces y dices no le puede gustar a todo el mundo, porque tú no le gustas a todo el mundo”, reflexiona Ana Belén, “pero con Marisol sí hubo unanimidad, ella realmente conquistó a todo el mundo. Y eso en un momento se dio la vuelta. Ella no lo vivió gradualmente, sino de golpe. Y eso es duro”.

¿Cuál es la relación actual entre el mito y la mujer que conviven en Pepa Flores? Antonio Montiel considera que “hay una parte de Marisol que nunca se irá. Cuando la nombraron malagueña del siglo XXI, y José Manuel Parada le hizo aquella entrevista en la que le salió al paso, ella estaba enfadada, molesta con el atrevimiento. Pero al ver el resultado en Cine de barrio, estaba encantada. Pepa ha vivido esa contradicción. En su casa no hay nada del tiempo de Marisol, pero con los años se ha reconciliado con el personaje. Durante muchos años ni veía sus películas, pero ahora parece estar más cerca del mito que fue. Aunque le pusieron hace años una calle en Málaga, y yo creo que no sabe ni dónde está”.

El pintor cree que “sobre su retirada hay mucha leyenda y mucha tontería. Ella es una mujer muy libre, la disciplina siempre le costó. Cuando hizo en teatro la obra Quédate a desayunar, casi enfermaba al tener que seguir un horario tan determinado”. Por eso, cuando se retiró, “ella estaba realmente harta, no era una etapa de agobio”, continúa Montiel, “quería llevar una vida normal. No es de salir mucho, ni de viajar. Tenía el deseo de tener una casa en el campo, con sus animales, y lo cumplió hace mucho”.

Algo que ya explicó, con la elegancia que la ha caracterizado siempre, en aquella entrevista con Informe semanal. A la pregunta ¿cómo es un día perfecto en la vida de Marisol?, respondía: “un día que pudiera dormir muchísimo, salir al campo, jugar a las cartas con mis amigos, ir al cine… hacer una vida absolutamente normal”. Entre el cielo y la tierra, Marisol emprendió un vuelo a contracorriente, y usó sus alas para descender al mundo de los humanos. Como cantaba en ‘Ser gaviota’:

Después de ser paloma con las alas cortadas,

hoy mi vuelo es tan libre que no para ante nada.

Después de haber estado tan llena de silencios,

el grito de mi pecho lo va llevando el viento.

Ser gaviota, ser gaviota.

Y volar por donde crea.