Un canto a la vida | Sobre la Mejor Película Iberoamericana

Fernando Trueba, director de El olvido que seremos, Goya a Mejor Película Iberoamericana cuenta el reto que supuso trasladar el libro a la cinta con la que ha logrado el Goya a Mejor Película Iberoamericana.


| Por Fernando Trueba

Hay un viejo chiste en Hollywood de dos cabras buscando comida en un vertedero de basura, donde una está comiéndose una bobina de película. “¿Qué tal?” le pregunta la otra. Y responde: “Me gustó más el libro”.

Por lo que tiene más probabilidades de salir victorioso Orson Welles eligiendo al azar Badge of Evil en el kiosko de un aeropuerto, sin ni siquiera haberla leído, que el pobre King Vidor adaptando Guerra y paz.

Cuando leí por primera vez El olvido que seremos me conmocionó, algo que probablemente le ocurrió a los miles de lectores en todo el mundo que ya han convertido este libro en un clásico.

A lo largo de los años he comprado el libro numerosas veces, en distintos países, en distintos idiomas (francés, portugués, inglés…) para dárselo a amigos muy queridos, no a simples conocidos.

Y de pronto, en una de esas casualidades felices que no suelen darse a menudo –más bien nunca– en la vida de un director de cine, me proponen dirigir la adaptación cinematográfica del libro.

En lugar de saltar de alegría, me preocupé. Nunca había pensado en el libro en términos cinematográficos. Soy un lector compulsivo, pero mi respeto a la literatura, mi culto a ella, superan al que tengo al cine. Por lo que jamás leo “buscando argumentos para películas”. No practico esa forma bastarda de lectura.

El olvido que seremos me parecía un relato muy íntimo, demasiado personal, intransferible, para que pudiese ser llevado al cine. Es una biografía, y también una autobiografía, es un libro de recuerdos, de memorias y sobre la memoria, escrito contra el olvido del título. Pienso que esa voz, ese tono confidencial que puede conseguir la literatura, el cine solo lo puede mimar, simular, reconstruir, recrear.

Por ello, mi primera reacción ante tan ‘feliz’ ofrecimiento fue de desconfianza, susto, ¿miedo? Y también ‘cobardía’: ¿cómo ‘competir’ no ya con el libro, tarea imposible, sino con la impresión que este dejó en todos los que lo leímos?

El otro chiste más exitoso del viejo Hollywood es el de “si tienes un mensaje, ve a la oficina de telégrafos”. Tan cierto, tan certero. Pero hoy día sabemos que toda película cuenta algo, que hasta en la más escapista de las comedias existe una visión del mundo, que nada es inocente. Y menos que nada la inocencia. Especialmente en nuestra ‘sociedad del espectáculo’, donde una película que contenga media idea se juzga como peligrosa.

Tal vez todo esto pueda sonar a moralismo anticuado en estos tiempos que vivimos de glamourización del mal, de ‘el malo’, de fotogenía de la maldad, de desprestigio y hasta de escarnio de la bondad…

Billy Wilder me dijo una vez: “Fernando, la virtud no es fotogénica”. Pues bien, creí llegada la hora de enmendarle la plana al maestro. Y la figura de Héctor Abad padre y el libro de Héctor Abad hijo eran una inmejorable base para hacerlo.

El olvido que seremos cuenta el choque de trenes entre el bien y el mal, entre la humanidad y la sinrazón, la bondad y la irracionalidad, la civilización y la barbarie. Pero también es, a pesar de todo y por encima de todo, un canto a la vida. La historia de amor de un hijo y un padre. El retrato de un hombre bueno en una época en la que serlo no solo no es fácil, sino que puede ser el mayor de los riesgos. Una época en la que la fascinación por la violencia ocupa de modo continuo nuestras pantallas cinematográficas y televisivas, nuestra literatura y, lo que es peor, nuestra vida cotidiana. Hace poco, con la lucidez de quien también lo ha sufrido en sus carnes, Salman Rushdie lo definía al afirmar que “vivimos una época de ignorancia agresiva”…

Pero decía Diderot que “nada nos cautiva con más fuerza que el ejemplo de la virtud, ni siquiera el ejemplo del vicio”. Y también que el arte es “la mejor herramienta para adiestrar nuestra sensibilidad”, pues siempre pensó que el arte debe hacernos mejores, que esa es su principal belleza.

Después de haber leído El olvido que seremos todos somos algo mejores. Nada me gustaría que los que vean la película también lo sean.