Una gala histórica para las mujeres | Por Josefina Molina

julio 28, 2021 35 edición · ·

Foto: ©Alberto Ortega

La directora y guionista Josefina Molina, primera mujer que obtuvo el título de Dirección en la Escuela Oficial de Cinematografía, reflexiona sobre lo histórico de los Premios 2021 para la igualdad en el sector

 

| Por Josefina Molina

Por muchas razones, la 35 edición de los Premios Goya puede ser considerada histórica. Y no solo por la presentación de Antonio Banderas, que ya en su momento dijo: ”quiero que los Goya 2021 sean especiales, elegantes, dignos y emotivos”. Efectivamente su presentación se ajustó siempre a estos criterios expresados, al servicio de un ritmo especial para que nunca decayera la gala por su interés, su tono íntimo, cercano y, sobre todo, sincero. Nunca buscó hacer gracias para las que no están los tiempos que corren, pero sí quedó de manifiesto su fino sentido del humor. Y su interesante sentido de la estética.

La gala puede ser también considerada histórica no solo porque el presidente de la Academia, Mariano Barroso, dijo en un gran discurso algunas verdades muy de agradecer por una mujer que, como yo, ha dedicado su vida a las nuevas artes de la imagen. Sino porque se premió ¡por primera vez en nuestro cine! la labor de una mujer directora de fotografía, Daniela Cajías, por su trabajo en Las niñas, de Pilar Palomero, a su vez una mujer que consiguió el Goya a la Mejor Película y Dirección Novel.

¡Se pueden imaginar mi alegría! Tanto tiempo esperando no solo el reconocimiento, sino la mera existencia de una directora de fotografía en las películas del año. Me remito a las palabras de Cristina Andreu, presidenta de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA): “mientras no hay igualdad no hay talento, solo se puede primar el talento cuando hay igualdad entre hombres y mujeres, ahí sí que cabe el mejor”.

La boliviana Daniela Cajías, a sus 40 años, no es una desconocida. En 2008 se graduó en la especialidad de Dirección de fotografía en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños. Ha rodado en Bolivia, Cuba, Colombia, Brasil, México y España, y recibido varios premios internacionales. Su reconstrucción de la estética y el formato analógico (4:3) del cine doméstico, incluidos los movimientos de cámara, siempre en mano, para contarnos cómo eran esas niñas aragonesas en 1992, es decisiva para situarnos en el tiempo de nuestra historia y transmitirnos la opresión externa de una adolescente. A esas adolescentes las reconozco verdaderas, auténticas en su confusión, en sus miedos, en sus penas, en sus exageraciones.

Pero no solo por lo dicho se puede considerar histórica la gala: los Goya han premiado a mujeres, esta vez, en una proporción del 50% de las nominaciones premiadas.

Aún entre las que no han sido reconocidas con los premios mayores existen joyas como La boda de Rosa, de Iciar Bollain. En esta divertida comedia rodada en Valencia, la directora de Te doy mis ojos vuelve a trabajar en el guion con Alicia Luna, y ambas nos demuestran que no hace falta engolar la voz para decir cosas importantes, que el género de la comedia también sirve para la reflexión profunda y nos dejan bien explicado el decálogo de la autoestima, que tanta falta nos ha hecho siempre a las mujeres. He leído que esta película se va a pasar en las escuelas, ojalá que así sea pues será muy útil para formar a las próximas generaciones en el respeto hacia sí mismas, renunciando a poner su felicidad en manos de nadie.

Quizá entonces seamos capaces de cambiar y preguntarnos, ¿qué mundo queremos? La película de Iciar Bollain me hace recordar lo que Margarita Rivière contestaba en su libro El mundo según las mujeres. “Evitar el sufrimiento, aprender de los errores, cultivar la sensibilidad, ejercer la inteligencia, abrir los sentidos y favorecer el entendimiento con los demás”. De todo esto está llena La boda de Rosa.

Y como broche, el Goya de Honor a la sensibilidad interpretativa y la profesionalidad de Ángela Molina. Sí, fue en verdad una gala histórica, bordada así con hilos de oro a ritmo de abanicos rojos.