¡Vaya marrón!

© Pipo Fernández

© Pipo Fernández

José Corbacho recuerda su experiencia presentando los Goya, con motivo de la 3o edición de los premios.

Recuerdo perfectamente el día que me llamaron Alejandro Amenábar y David Trueba para decirme: “nos gustaría que presentaras los Premios Goya”. Me quedé un rato (largo) en blanco, se me hizo un nudo (inmenso) en el estómago y al cabo de unos segundos (eternos) grité con una mezcla de euforia e inconsciencia: ¡Sí, me gusta!

La noche de los Goya siempre me ha parecido una noche mágica. La gran noche del cine español. Una noche en el ­prime time televisivo dedicada a nuestro cine y a la gente que lo hace. Ahí es nada. Por eso me sorprendió que en los días siguientes a aquella llamada, amigos y compañeros de la profesión a los que les proponía participar en la gala me dijeran: “¡Vaya marrón! ¡Tú no sabes dónde te has metido!”.

Y yo no entendía nada. Porque a mí me llenaba de “orgullo y satisfacción” (que diría aquel) presentar los Goya. Nos pusimos manos a la obra con un equipo maravilloso: Emilio A. Pina en la producción, Manel Iglesias en la codirección, el propio Amenábar como “asesor de lujo” (lo recuerdo subido a una escalera grapando las cortinas del decorado la noche antes de la gala) y respaldados por todos los recursos humanos y técnicos de la Academia y de TVE. Le dimos muchas vueltas a cómo afrontar esa “noche mágica”, sin perder de vista que no había que olvidar a los millones de personas que desde sus casas disfrutan de los Goya en la televisión.

Al final recurrimos a lo que mejor se nos da, o tal vez a lo único que sé hacer: utilizar la comedia para condimentar una noche tan importante como esa. Tomarnos las cosas con humor y reírnos de nosotros mismos, para acabar riéndonos después de todo lo demás. Pero siempre teniendo muy claro que los principales protagonistas de los Premios Goya deben ser, como indica su propio nombre, los premiados, los nominados, los homenajeados… O sea, la gente del cine que ha trabajado (y mucho) en las películas de ese año. Porque a veces tendemos a poner la lupa sobre quién o quienes presentan la gala, pero no olvidemos que lo importante es lo otro.

Y así, con la risa por bandera, entrando disfrazado de Francisco de Goya, besando a Elsa Pataky (qué recuerdos), llamando Belén Esteban a Belén Rueda (un lapsus, aunque sea preparado, lo tiene cualquiera) parodiando a Almodóvar, a Penélope Cruz, a Carmen Maura y a muchos más, y sobre todo, contando con la complicidad de una platea que disfrutaba de aquellos momentos, pasaron aquellas dos galas que recuerdo con mucho cariño.

Y eso que algunos me decían que era un “marrón”. Por último, confesar que estoy muy satisfecho (los cómicos también tenemos nuestro corazoncito) de haber abierto un camino, mejorado por los que vinieron después, que ha demostrado que las galas no tienen porque ser aburridas. Al menos, no siempre. ¡Viva el cine! ¡Y vivan los Goya!