Dani Rovira: «Abanderaré humildemente al colectivo de los cómicos»
Dani Rovira nunca olvidará 2014. El domingo 16 de marzo, sólo dos días después del estreno de Ocho apellidos vascos, el actor corrió su primera maratón en Barcelona. Corría y veía las marquesinas con su rostro pasar a la velocidad que todo corredor de fondo sabe mantener. Más rápido de lo que podría imaginar, de un día para otro y tras doce años trabajando en la comedia, el mundo que le rodeaba estaba a punto de cambiar. Él decidió seguir siendo el mismo. El mismo que creció en la barriada de la Paz, el mismo al que ‘Mariquita la forastera’, abuela del artista, toma el pelo cuando quiere –“Se queda conmigo continuamente, y eso que tiene 80 y tantos años”–. Él nunca fue el más gracioso de la casa y, a día de hoy, se toma casi a chiste, pero como una bendición, que las carambolas de la vida y el humor le hayan llevado a hacer carcajear al público con sólo un mohín de su rostro. Pero eso es el presente, y al cómico, que no cree en las modas, también le da miedo el futuro. Echando la vista adelante, teme que en unos años el público se haga una pregunta: “¿Qué fue de Dani Rovira?”.
Por Juan MG Morán
Hijo de Andrés y Juani, hermano de Francis, Joseíto y Macarena. ¿Desembocó en la comedia por ellos?
Parece que no está de moda decirlo, pero yo tuve una infancia muy feliz… Absolutamente cero traumas, en mi casa siempre primó el cachondeo. De mi padre saco la bondad, el buen carácter y la paciencia, y el ‘sentío’ del humor me viene de mi madre, que es absolutamente descacharrante. La genética me ha dado lo mejor de cada uno de ellos… Me han apoyado mucho, el agradecimiento que les tengo es perpetuo.
Y de niño, ¿era el gracioso de la casa?
Era el más creativo, el que maquinaba cosas y se atrevía a bailar. Aunque no sea un seta, no soy el más gracioso de mi grupo de amigos. Cuando estoy en mi ambiente, me relajo bastante y disfruto dejándome reír.
Estudió INEF, ¿es la interpretación una carrera de fondo?
Desde luego. Parte de mi curro consiste en no coger todo lo que viene, pensar a largo plazo. Y todo porque es vocación, lo quiero hacer toda la vida, porque me gusta y porque ya lo hacía cuando no cobraba un duro. Podría explotar la gallina de los huevos de oro, pero no creo en ella.
¿De dónde le viene tanta inspiración para escribir monólogos?
Bebo mucho de lo que me rodea y de la gente, además me encanta abrir una puertecita al universo paralelo de lo surrealista. Ahí el humor se multiplica exponencialmente: he bebido de Rubianes, Faemino y Cansado y los Monthy Python. Si ya se puede hacer tanto humor con todo lo que existe y es real, al añadir al cóctel lo surrealista surge una línea de comedia maravillosa.
¿Cuesta más ser 100% uno mismo cuando todo el mundo está pendiente de lo que dice?
No he cercenado mi humor nunca, pero es verdad que tienes que ser consciente de que cada cosa que dices va a ser vigilada por mucha gente. No me considero un cómico de provocación, pero si que creo que como cómico tengo el mismo voto que tú, pero quizá tenga más voz.
Y esa voz tiene, hoy por hoy, un potencial desmedido.
Me parece una responsabilidad usar la comedia como crítica social. Lucho por mi derecho a opinar porque yo sigo siendo ciudadano y sigo pagando mis impuestos. Hay gente que me dice que no me meta, pero veo que si tienes unos valores y tienes un ansia de justicia social, no queda otra que hacerlo.
Un punto de inflexión
“Como cuando se alinean los planetas o salen los tres limones en la máquina tragaperras”, así explica Dani Rovira el éxito de Ocho apellidos vascos. Claro está que esta comedia sobre topicazos del norte y el sur ha dado en el corazón de los españoles, y el intérprete lo achaca a una serie de factores: “Es una comedia muy buena, bien dirigida y bien escrita. Trata un tema que no se había abordado nunca, de una manera muy blanca; el reparto, quitándome a mí, está brutal; el cartel lo veías en un cine entre otros diez y te parabas a mirarlo…”.
¿España necesitaba reirse de sí misma?
Muchísimo. Dicen que hemos hecho historia, pero los que realmente han hecho historia son los que han ido a ver la película. Estuvimos en el paraninfo de Zaragoza con Luis Alegre y tras intervenir varias personas del público diciendo que habían visto la película dos y tres veces, una señora, casi avergonzada, se disculpó diciendo que sólo la había visto una vez.
¿Cómo vive ‘er Rovi’, una persona tan pegada al suelo, el hecho de estrenar una película y prácticamente al día siguiente no poder dar un paso por la calle?
Aunque estoy muy contento, el grado de exposición ha sido abrumador y desbordante. No ha sido fácil relativizar: he intentado seguir siendo el mismo viendo como el mundo entero se ha vuelto un poco loco, seguir con mi vida normal dentro de lo posible.
¿Merece la pena tanta presión mediática?
Estoy por y para la gente, pero hay una cota y una barrera en la que digo “éste es mi momento, mi vida, mi familia y mi ocio”. Si tengo que aprender a decir que no me voy a hacer una foto porque son las 12 de la noche y estoy con mis colegas, pues aprendo. Estoy tratando de priorizar mi felicidad.
Si tuviese que definir con una palabra el sentimiento personal después de este éxito…
Podría decir histórico, a nivel cinematográfico y a nivel personal, porque para mí ha supuesto un punto de inflexión. Tengo que reconocerlo, a mí Ocho apellidos vascos me ha cambiado la vida.
¿Echa de menos algo de aquellos días de carretera, de bolo en bolo?
En mi oficina siempre digo que mis cuatro o cinco salas macarras al año las quiero seguir haciendo. Esos escenarios pequeños a los que subes con una cerveza y en los que te encuentras a 50 ó 60 personas pegadas a ti son para mí muy importantes. Decía Picasso que la inspiración debe pillarte trabajando, y para mí trabajar no es estar sentado enfrente del ordenador, sino estar encima de un escenario, ahí es donde yo he escrito mis mejores textos.
Llegar sin nada, irse con algo
“Dani, queremos que presentes los Goya”. El cómico asegura que mentiría si dijese que era una opción que no estaba en su cabeza. Sabía que estaban tirando de cómicos los últimos años y, después del boom de la película, la gente le decía: “No te extrañe que el año que viene los presentes tú”. Él hacía sus quinielas y pensaba en Berto Romero, Álex O’Dogherty y Arturo Valls. Cuando le llamaron, “no fue como si hubiese venido un señor de Murcia a decirme que es mi padre. Entraba dentro de cierta lógica”.
¿Pidió algún consejo?
Le pregunté a Emilio Martínez-Lázaro, con el que tengo una amistad súper chula, si él creía que era positivo para mí. Emilio fue rotundo: “Dani, no sólo es bueno para ti, sino que es bueno para el cine español y para la Academia”.
Y ahora, ¿cómo sorprender al público?
No creo que se trate de hacer cosas que nunca se han hecho, sino de intentar aportar empatía. Se me dice que soy capaz de crear una conexión muy guay con el público. Intentaré que la gente tenga ganas de que entre el presentador, que la gala se les haga corta.
De pequeño siempre le ponían de portero, ¿qué balón le va a dar más miedo la noche del 7 de febrero?
Sin duda, yo mismo: ¡mi balón! Si termino y estoy contento con lo que he hecho, el resto casi no me importa. Soy consciente de que todo el mundo va a opinar: una de las mejores galas, que la hizo Eva Hache y a mí me pareció impecable, también tuvo ciertas críticas. La llamaré y me tomaré un café con ella, pero lo más importante para mí es salir creyendo haber hecho un trabajo digno. No quiero ser el mejor presentador de los Goya®.
¿Es autocrítico?
Soy autocrítico, pero no me fustigo. Mi baremo en la comedia es si yo me lo he pasado bien o no. Ahí está la clave.
Cabe la posibilidad de estar nominado…
Yo vine aquí a jugar y vine aquí sin nada. Ya me vengo con algo: haber protagonizado Ocho apellidos vascos, el mayor premio que se le puede dar a un actor, y haber presentado los Goya. Si me nominan me hará mucha ilusión, si me lo llevo genial. Si no, estaré encantado igualmente. A lo mejor salgo con los dos guiones y digo: “¿Qué queréis?, ¿qué lea el guión de ganador o el de perdedor?”. Nos vamos a reír mucho.
Esa noche va a ser la voz de un colectivo que parece haberle recibido con los brazos abiertos.
Para mí es una manera muy bonita, con toda la humildad, de poder abanderar el colectivo de los cómicos. Poder presentar los Goya® siendo un cómico de raíz es un gesto de motivación para los que están batiéndose el cobre en la carretera. Por eso, le voy a dedicar esta noche a los cómicos de España, a los que les ha ido bien y a los que les ha ido mal, a mis compañeros, a los que son súper felices haciendo ese circuito de bares que tantas alegría me ha dado. ¡Señores cómicos, si os gusta la comedia, estáis en un mundo que os puede dar cosas impresionantes!
La montaña y la ladera
¿Qué es el cine español para Dani Rovira?
En el rodaje una de las cosas más bonitas que aprendí es qué hace cada uno. Todo el mundo conoce a Clara Lago y a Carmen Machi, pero también hay un cámara, un tío que se pasa todo el rodaje midiéndote el foco y un ayudante de producción que se pasa las horas en la carretera debajo de una montaña a las cuatro de la mañana con una señal de stop parando coches para que se pueda rodar.
Esa gente invisible…
Para mí esa es la gente del cine, el cine es como una ladera y una montaña: la montaña somos los que estamos de cara a la galería, pero la ladera es toda esa gente que sostiene a los que estamos arriba. Si no hay ladera, todos nos vamos a tomar vientos. Los actores tenemos una pizca de exhibicionismo y vanidad, pero me parece admirable esa gente que curra, que nadie sabe lo que hace… ¡Eso es el cine!
Cinemanía le nombró la persona más influyente del cine español. ¿Eso es estar en la cumbre?
Subí un tweet diciendo que estaba súper agradecido, pero que en este año me parecía que había mucha más gente que había hecho más por el cine español que yo. Yo lo único que hice fue rodar una peli… Me acojona llegar a este mundo de primeras y que se me ponga en el número uno.
¿Vértigo?
A mí me tocó la lotería de un personaje que me venía como anillo al dedo, tuve la suerte del principiante. La gente me está sobrevalorando y tengo que aguantar esa presión, pero intentaré darme mis tiempos. Yo estoy en B&B y la serie no tiene la audiencia de El príncipe, en este mundo dos más dos no son cuatro… Si algo me da pánico es afrontar algo que no puedo hacer, así que, por favor, que los directores de casting me sean honestos. Yo me abalanzo y hago lo que tenga que hacer, pero soy consciente de que aún me queda mucho por aprender.
Que los sueños llamen a la puerta
El escenario ha sido y sigue siendo el ojito derecho de Rovira, “disfruté como un mono cuando vi Ocho apellidos vascos, pero el cine te da la felicidad por fascículos”. Está encantado de empezar a trabajar con María Ripoll, “ella quiere currar conmigo y eso me hace una ilusión tremenda”, pero, hasta hoy, “el mejor ha sido Emilio Martínez-Lázaro, porque ha sido el único y me ha hecho gozarlo”.
¿Qué lugar ocupa en su vida el humor?
El humor es el color del cristal con el que miro mi vida, el humor cura la tragedia. Soy de los que cree que cuando pasa algo jodido, se afronta, se asimila, y luego ya podemos hacer humor con ello…
¿De quién es patrimonio la risa?
Del ser humano y de las hienas, y sólo porque les toca por fisonomía. Es patrimonio de todos: en la vida me he encontrado a vascos graciosísimos como Karra Elejalde, a madrileños desternillantes como Gonzalo de Castro, y ya los catalanes ni te cuento.
Nació en los ochenta, una de las generaciones a las que más está vapuleando la crisis…
La situación de este país con la gente de mi edad da mucha pena, pero soy optimista. A no ser que tengas una hipoteca que te mueres y siete niños, rompe con tu vida y busca otra cosa. Como parece ser que lo de arriba es intocable, vamos a protegernos entre todos y buscar soluciones. Si te va mal, se valiente y vete fuera. Es terrible esta fuga de cerebros, pero hay que buscar opciones y salir del círculo de seguridad.
En el cine le ha tocado la cara de una moneda que en su cruz tiene muchos actores en paro, un cierre de salas brutal…
Quién tiene que gestionar y poner números a todo esto para que todo el mundo gane no quiere que todo el mundo gane, quiere ganar él mismo. Estamos hablando de una política en contra de la cultura. Es verdad que yo me he encontrado de cara en el cine, pero vengo del teatro y nos afectaba mucho el IVA. Se trata de lo mismo, hay que buscar soluciones desde abajo.
¿Considera que ya se han cumplido todos sus sueños en esta profesión?
Supongo que aún quedan… He aprendido a no planteármelos porque me han llegado sin ni siquiera tenerlos. Me voy a relajar, que los sueños vengan y llamen a mi puerta, que abra y entren.
Ya que le gustan las buenas noticias, ¿con cuál le gustaría levantarse tras los Goya?
Me molaría levantarme leyendo en el periódico que al fin tenemos unos mandatarios con empatía y humanidad. Y, a partir de ahí, imagina la de buenas noticias que empezarían a llegar.
Una última. ¿Qué han dicho Andrés y Juani cuando han sabido que su hijo va a presentar los Goya?
Mi madre me dijo: “Yo voy contigo porque estoy harta de ver como Bardem y Banderas tienen a sus madres al lado…Yo quiero estar allí”. “Mamá voy a presentar, no puedes estar sentada a mi lado”, “Me da igual, aunque sea en el gallinero… Yo voy, yo voy”.
¿Y Mariquita la forastera?
Ella no creo que venga, pero hará lo que siempre hace cada vez que salgo en televisión: poner las dos teles que tiene en casa y convencer a todas las vecinas para que pongan las suyas. Luego a lo mejor se van a dar un paseo, pero tienen las teles puestas por el tema de los espectadores. Ella se cree que eso da audiencia y, ¿quién sabe?, lo mismo sí… ¡Súper incondicionales!