Pequeños grandes pasos para la animación española

MEJOR PELÍCULA DE ANIMACIÓN/ Atrapa la bandera

©Enrique Cidoncha

©Enrique Cidoncha

Por Enrique Gato, director de Atrapa la bandera

Me tomo con cierto simbolismo eso de haber recibido el busto del señor Francisco en el cien aniversario de la animación de nuestro país. Simbolismo porque los que estamos hoy en primera fila de este sector estamos siendo espectadores de lujo del que está siendo el mejor momento de la animación española. Nunca antes habíamos tenido tantos proyectos en marcha, nunca antes fueron tan grandes y nunca antes viajaron tanto por el mundo.

La Spanimation, como alguna vez la han bautizado desde fuera, está madurando. Aún me resisto a decir que el sector está totalmente consolidado, queda mucho por hacer; pero haber logrado que muchas cabezas desde muchos países se hayan girado con curiosidad hacia aquí, con ese “algo se está cociendo por España”, es un hito enorme que ha costado años labrar y que no ha sucedido por casualidad.

Hoy somos nosotros los que creamos películas que implican a varios cientos de personas, los que hacemos que lleguen a las salas de medio mundo y los que, por fin, creamos trabajo para unos profesionales que ya pueden elegir quedarse en nuestro país para ejercer este oficio que nos mueve desde las tripas.
Yo empecé en esto en el cuarto de mi habitación, donde con unos diez añitos comencé a escribir y dibujar mis propios cómics. Era algo que me encantaba y le dedicaba días completos, olvidándome de comer.

Rondaba los catorce años y sucedió lo que probablemente cambió mi vida y la llevó hasta el momento actual: llegó el primer ordenador a casa. Al principio no le di más importancia que la que le pudo dar cualquier crío en aquella época, pero para mí se transformó en algo mucho mayor cuando descubrí que, con aquella máquina, podía llegar a hacer que mis dibujos se movieran y… ¡cobraran vida! Es un concepto tan grande y tan impactante que todos los que hemos pasado por él sabemos lo que sucede a continuación: ya nunca dejas de crear vida.

Y es que la animación es, en una palabra, pasión. Me preguntan constantemente cómo puedo dedicar hasta cuatro años a sacar adelante un proyecto sin tener la tentación de abandonarlo. Es complicado de explicar, pero creo que lo puedo resumir diciendo que la creatividad es adictiva. Cualquiera que haya vivido un proceso creativo en el que una idea que se le pasó un día por la cabeza ha terminado plasmada en un proyecto que terminan disfrutando otras personas sabe la fuerza que tiene eso. No hay mayor recompensa para el mundo artístico que ver a la gente disfrutando de lo que has hecho. Por eso lo hacemos. Por eso trabajamos. Es a la vez un acto de satisfacción egoísta y de devoción hacia quien va dirigido.

En nuestro mundillo se suma el hecho de que la animación es infinita. No tenemos los límites del mundo real para definir el contenido de las películas. Si se nos cruza la idea de poner un elefante cayendo por un precipicio y rebotando en globos aerostáticos, pues lo hacemos. Y si mientras lo estamos desarrollando alguien suelta “qué chulo sería si en el último bote el elefante entrase en un helicóptero y lo pilotara hasta aterrizarlo”, pues lo hacemos también. En acción real el responsable de producción vendría pálido con el presupuesto en una mano, una tila en la otra y la mirada descompuesta tartamudeando cómo se supone que se va a pagar eso y cómo pretende meter al elefante a pilotar el helicóptero. Lo de tirarlo por el precipicio ya lo da por descartado.

Así que con estos mimbres nos movemos los que nos dedicamos a esto. Podemos dar vida a cualquier cosa que se nos pase por la cabeza y crearle un mundo tan fantástico como seamos capaces de imaginar. Tentador, ¿verdad? Cualquiera que haya llegado hasta estas líneas comenzará a entender por qué los que hacemos esto ya no queremos hacer otra cosa por largo y complicado que sea.

Y todo esto se lo debemos a los grandes pioneros de nuestro mundillo. Todo el mundo se acuerda de Walt Disney, pero las generaciones actuales de animadores sentimos una admiración más cercana por un señor llamado John Lasseter. A muchos no les sonará el nombre pero, por resumirlo rápidamente, es la persona que reinventó la animación tal y como la conocemos a día de hoy. Es el padre de Toy Story, fundador de Pixar Animation Studios, director creativo de Walt Disney Animation Studios… y, en definitiva, la persona a la que todos los que nos dedicamos a esto le debemos nuestra vida profesional. Gracias John.

©Pedro Pérez Valiente, de Lightbox Animation Studios, en exclusiva para ACADEMIA

©Pedro Pérez Valiente, de Lightbox Animation Studios, en exclusiva para ACADEMIA