“Creo inmensamente en el poder de la gente”
Ana Belén, siempre en la brecha, recibirá el Goya de Honor cuando se cumplen cincuenta años del estreno de su primera película. Por Juan MG Morán
Ana Belén es mucho más que una actriz. Es aquella que fue presentada por primera vez en la radio por el inefable Bobby Deglané: “Mírenla, hija de una portera y parece que su madre fuera la Duquesa de Alba”. Es la mujer con suerte que, desde niña, se cruzó en el camino con gente definitiva. La intérprete que se ha puesto a las órdenes de Roberto Bodegas, Gonzalo Suárez, Gutiérrez Aragón, García Sánchez, Mario Camus y Manolo Gómez Pereira, entre otros tantos. La de La Puerta de Alcalá, Balance y Agapimú. Medea, Electra, Antígona, Ofelia y Adela sobre las tablas. Aquella que declinó por pudor el ofrecimiento para leer el manifiesto tras el golpe de estado del 23-F. De signo zodiacal géminis, de exteriorizar pronto sus emociones, pero dubitativa y muchas veces vergonzosa. La que cuando Juanjo Puigcorbé en El amor perjudica seriamente la salud le pregunta “¿estás loca?” le responde “¿por qué me lo preguntas si sabes que sí?” La dueña de una carrera de largo impulso y vuelo elevado que ha tenido que responder preguntas que a su marido nunca le hicieron. Mujer de Víctor. Madre de David y Marina. La hija de un cocinero y una portera que llegó a esto con la única intención de poder ayudar a los suyos a tener una vida mejor. Quién sabe, solo ella, si le debe más a esto último que a todo lo demás.
“Este oficio exige tanto que si no estás al 100% te tienes que ir”
El Goya de Honor le llega cuando se cumplen cincuenta años del estreno de su primera película.
Mucha gente me ha preguntado si me imaginaba al empezar que en algún momento habría llegado hasta donde estoy hoy. Este premio me ha hecho pensar en mi carrera, en el camino que empecé a andar cuando tenía solo 13 años.
¿Recuerda a los niños prodigio antes de convertirse en una de ellos?
Un fin de año mis padres nos llevaron a tomar las uvas con Marisol al Teatro Monumental, cuando era cine. Desde el gallinero vimos una cosita rubia y chiquitita, muy graciosa, que en el entreacto de la película nos deseó a todos feliz año. Pero yo no era así, yo era una niña morenita con una piel de color aceitunado, como solía decir mi madre, y una cara un poco triste, como si en mi vida hubiese pasado alguna tragedia sin haberme ocurrido nada.
¿Al menos era una niña atrevida?
Ni mucho menos. Era muy pudorosa. No cantaba flamenco ni bailaba. Lo más que hacía era en las bodas familiares, que cuando me decían “¡canta!”, yo salía y cantaba La novia.
Pero se convirtió en una niña prodigio…
Es curioso que todos viniésemos de un mismo lugar: hijos de padres trabajadores, de familias muy humildes. Gente que había currado muchísimo sin un horizonte claro en la vida. Todos los que partimos de ahí, aún siendo muy niños, éramos muy conscientes de que nosotros íbamos a ayudar a que las vidas de nuestras familias fuesen mejores. Eso lo tuve muy claro siempre.
Rueda su primera película, Zampo y yo, con Luis Lucia.
Era tremendo, tenía fama… La productora me estuvo preparando casi un año (iba a clases de canto, de baile…) y continuamente me decían que no sabían quién iba a dirigir el filme, pero que no querían que fuese Lucia, “porque es terrible, es un tirano, un déspota, un grosero… Hizo llorar a Marisol y a Marieta [Rocío Dúrcal]”. Y, de repente, me dijeron que el director iba a ser él.
¿Cómo se lo tomó?
Dentro de mi pequeñez me preguntaba cómo era posible con todo lo que me habían dicho de él. Este señor me odiaba, y yo le odiaba en la misma medida. Pero en ese rodaje había otra gente maravillosa, como Hans Burmann, Manolo Velasco, Esther la peluquera y Miguel Narros. Esa fue mi salvación.
La exigencia del oficio
Ese encuentro con Narros fue vertebral en su carrera.
Cuando al año siguiente la película se estrena me veo sentada en el Teatro Gran Vía totalmente ajena a esa niña que cantaba, yo ya estaba en otra dimensión: estaba estudiando interpretación, muy atenta a las cosas que Miguel me enseñaba. Afortunadamente, mi vida como niña prodigio fue muy corta, pero sí debo agradecer a esa película, porque gracias a ella, también estoy aquí hoy.
De niña prodigio a….
A una adolescente que se enteró de que este oficio se aprende. Miguel me inventó de nuevo. Descubrí que el teatro significa esfuerzo, dedicación, no tener horas y estudiar muchísimo. Me doy cuenta de la fortuna de haber estado en un escenario al lado de Mari Carmen Prendes, Carlos Lemos, Berta Riaza, Julieta Serrano, Laly Soldevilla, Agustín González, Guillermo Marín, José Luis Pellicena…
¿Qué ha bebido de todos ellos?
La seriedad y la dignidad de estar en el escenario, el respeto a su profesión. No había otra opción. Este oficio exige tanto que si no estás al 100% te tienes que ir. También la naturalidad con la que vivían. Yo, que venía del cine y de haber sido la ‘estrellita’ a la que llevaban al dermatólogo cuando le salía un grano en la nariz, llegué al teatro donde solo era una más.
Pero vuelve a llegar el cine.
Roberto Bodegas me ve en una función, de nuevo gracias a Narros, y se me vuelven a abrir las puertas de este mundo maravilloso. Rodamos Españolas en París, que representa la llegada a España de un tipo de cine muy nuevo, la Tercera Vía. Tina Sainz, muy graciosa, cuando llegaba al rodaje decía que venía de hacer una película que era ‘cinema mentiré’, que esto sí que era ‘cinema verité’. Y realmente teníamos esa sensación, rodábamos historias que tenían mucho que ver con lo que la gente sentía y vivía.
Después de Roberto Bodegas, trabaja con Gonzalo Suárez en dos rodajes que le cambian la vida.
En esas dos películas tengo la anécdota más maravillosa: conozco a Víctor. Él entró en mi vida a través del cine, y me empuja para que vuelva a cantar. Todo ha ido encadenado.
Familia y equipo
¿La reinvención ha sido para usted una necesidad?
No ha habido nada programado, porque en esta profesión en la que estás continuamente esperando a que la campana suene, qué vas a programar. Sí hahabido por mi parte una necesidad de no repetir lo que ya sabía: me he obligado a no aburrirme. Cuando repites algo mucho, puedes llegar al ‘ya me lo sé’. Yo siempre he buscado estar en la cuerda floja en la que no sabes si te vas a caer.
¿Qué tiene el cine que no le hayan dado el teatro o la música?
El ambiente cinematográfico que se establece en un rodaje es algo mágico. He trabajado con directores que creaban en el equipo la sensación de que cada uno es indispensable. He compartido rodajes con actores con un carácter maravilloso, con los que era fantástico levantarse a las cinco de la mañana. Esa sensación de familia, de equipo y de saber que todos íbamos en la misma dirección es muy especial.
¿Sigue ocurriendo eso en los rodajes de hoy?
Eso se da. En el rodaje de La reina de España esa magia estaba presente. Antes había más medios, ahora no hay tantos, pero el gran amor que se vuelca para que algunos proyectos lleguen hasta el final hace que nazcan parejas, relaciones de amistad que nunca se rompen…
Justo el papel del último filme de Fernando Trueba le ha permitido rodar tras un parón de diez años. ¿Echó de menos el cine?
Sí. Mucho.
¿No hubo proyectos?
Ha habido alguno sobre la mesa, pero me han mandado muy pocos guiones. Películas en las que he considerado que no encajaba o que no me llenaban del todo. Una también ve cuándo otra compañera puede hacer ese trabajo mejor que una misma.
Se dice mucho que no hay papeles con enjundia para actrices maduras.
Sí, pero debemos ser justos. ¿Quiénes están haciendo el cine ahora? Esa generación, lógicamente, lo que quiere contar son historias que conoce. ¿Con quiénes? Pues también con gente de su generación, es lógico. Lo que sí pienso es que el cine puede ser mucho más rico si se transitan caminos mucho más abiertos, si se incorporan historias donde trabajen actores de diferentes cuerdas, estilos y edades.
Las mujeres en el cine español…
Lo tenemos jodido, porque siempre hemos estado relegadas al papel de la puta y de la madre. Relativamente eso se acaba, pero siempre vas a la zaga de los papeles masculinos. Claro que hay excepciones, pero no es lo habitual.
En estos años de sequía cinematográfica, ¿nunca dejó de sentirse querida por sus compañeros?
Para nada. Y la prueba es esto. Cuando me llaman para decirme que la decisión ha sido por unanimidad, me emocioné muchísimo. Me he sentido muy querida. Y, aunque me siento parte de esta familia del cine, me sorprendió que se me diese el Goya porque hacía mucho que no hacía una película. Me preguntaba por qué, y quizá la respuesta es esa, que me quieren.
Ignorancia y confianza
¿Qué papel jugaron sus padres en su carrera?
Mis padres no eran de esta profesión, no sabían nada, pero esa ignorancia también fue clave. Yo creo que alguien les iluminó y les debieron decir que confiasen, que confiasen en su hija. Y eso es lo que más les agradecí, que sin saber de esto, supiesen que tenían que acompañarme al rodaje y después en el teatro dejarme coger vuelo, porque yo ya me escapaba de su ala. Y, sin embargo, confiaron. Siempre pienso por qué sería.
¿Encontró respuesta?
Me he dado cuenta de que era muy necesario saber a quien seguías, es esencial. Mis padres me han dado ejemplo de vida, de dignidad, de esfuerzo, de saber que las cosas cuestan, y que, continuamente, se te va a decir no. A veces encuentras un sí, pero lo normal es el no, porque todo es difícil.
Siendo una actriz de maestros, ¿hasta qué punto es importante tener esos faros?
Muchísimo, a todos los niveles. Ellos, que como digo no sabían nada de esto, ya intuían que yo necesitaba unos referentes.
¿Sabían a quién encomendarle?
Cierro los ojos y parece que estoy viendo el día en el que por primera vez salí de gira teatral con el Teatro Español. Mi madre llegó a la Plaza de Santa Ana, de donde salíamos todos a las doce de la noche, y mientras nos subíamos al autocar pilló a Berta Riaza y a Julieta Serrano: “Por favor cuidádmela, cuidádmela mucho”. Entonces Julieta le dijo: “No se preocupe, que va a estar todo el rato con nosotras”. Esa es la verdad, ellos agarraban las manos de estas grandes compañeras.
Continúa teniendo a sus padres en la retina.
Porque cuando eres mucho mayor, y ha pasado el tiempo, te das cuenta de muchas cosas. Empiezas a valorar cómo desde la misma ingenuidad tus padres, sin haberlo pretendido, te han enseñado un comportamiento en la vida. Yo eso se lo agradezco mucho.
Usted no se ha enfrentado a la profesión de sus hijos de la misma forma que ellos se enfrentaron a la suya.
¡No, por Dios! Y eso que mi hija, desde muy pequeña ya con inquietudes, me preguntaba cuántos años tenía yo cuando empecé. Yo tragaba saliva y le decía que tenía que estudiar. Para ellos, las motivaciones primeras para dedicarse a esto han sido completamente distintas a las mías: las suyas fueron el amor a esta profesión, la necesidad de comunicarse mediante el arte… ¡Nada que ver! Pero les he entendido perfectamente, ¿cómo no voy a entenderles con todo el amor que yo siento por esta profesión?
Solo la musa de Víctor
Muchas veces se ha hablado de usted como un mito, como un símbolo…
Me gusta esta profesión, le dedico mucho tiempo y forma parte intrínseca de mi vida. Todo lo demás lo vivo como algo ajeno. No me reconozco en ello ni me condiciona. Sobre todo porque mi vida no ha sido para nada estar en un pedestal ni ser la musa de nada. Yo únicamente he sido la musa de Víctor.
Se ha dicho también que su figura se desarrolló en paralelo a la historia de este país.
Pero no es nada distinto de lo que le pasó a otros actores. Nos tocó visibilizarlo. Tengo la suerte de haber vivido la Transición y la reivindico. Tengo la fortuna de haberme implicado como lo hizo una mayoría de gente que se echó a las calles, porque la calle es la que en ese momento empujó para que llegasen las libertades.
¿Fue importante para usted significarse políticamente en según qué momentos?
Hay un momento en el que te implicas porque sientes que es tu obligación… Y no, no dudé, porque vi a gente a mi alrededor, compañeros, que habían luchado mucho por el colectivo y por el bien común. Me di cuenta que esa gente militaba en el Partido Comunista, entonces proscrito, y yo quería lo mismo que ellos.
En España, un país en el que la política y el arte siempre han tenido una extraña relación.
Esto es algo que me saca de quicio. ¿Por qué resulta tan curioso que una determinada gente se implique? ¿Algún español se mete con Bruce Springsteen por apoyar una opción? Aquí somos diferentes… Esto es un atavismo que viene de la noche de los tiempos: “tú ahí no te metas”. Ese era siempre un consejo que te daban cuando eras pequeño o adolescente. Y no, no seguí los consejos, como otros muchos que me han dado en la vida.
¿También ha sentido en los últimos años esa desafección por la política que ha sentido gran parte de la sociedad española?
Claro. Y me ha dado mucha pena… Es verdad que los políticos, no todos pero sí una gran mayoría, han dado muchos motivos para que haya esa desafección. El sistema es muy jodido, la globalización ha sido muy buena para muchas cosas y muy mala para otras. Y la crisis ha sido terrible en todos los sentidos, sobre todo para aquellos con menos posibilidades… ¿Con qué palabras vas a intentar calmar y ayudar si las palabras en una situación desesperada no sirven? Las palabras no sirven, entiendes al que se harta y al que no quiere saber nada… Pero también hay que ser fino y tener memoria. Habría que reivindicar muchas cosas que se están denostando.
¿Ve luz al final del túnel?
Soy, por naturaleza, no una tonta esperanzada, pero sí una mujer que cree inmensamente en el poder de la gente. En la capacidad de resistencia de la gente. Y en la capacidad de cambio, porque sin ella no estaríamos hablando de nada de esto.
También cineasta
A principios de los noventa, Ana Belén recibió una llamada de Andrés Vicente Gómez, productor del momento, que la invitaba a dirigir su primera película, permitiéndole reinventar, una vez más, su larga trayectoria. Catatónica, le dijo que estaba loco –“le dije a Víctor que qué barbaridad. Y él, que me conoce a la perfección, me templó y tranquilizó, me dijo que más valía arrepentirme de lo que hiciese que de lo que dejase por hacer”–. Esa fue la clave. En unos meses, se vio dirigiendo a Carmen Maura y Antonio Resines en la adaptación a la gran pantalla de Cómo ser mujer y no morir en el intento, éxito literario firmado por Carmen Rico Godoy. ¿El resultado? Ana Belén fue nominada al Goya a la Mejor Dirección Novel y firmó la película española más taquillera de 1991. ¡Bingo!
Achaca el que no haya habido una segunda vez a lo dificultoso que es hoy levantar la financiación de un largometraje, “con lo complicado que está ahora todo para cualquier director, ¿dónde voy yo?”. Aún así, en su cabeza revolotea desde hace años una idea que le gustaría llevar al cine, una historia con la radio como protagonista arraigada en el Madrid de los años cincuenta. “Pienso que a lo mejor debería escribir para que ciertos relatos no queden olvidados”. Ella y su hermana Uge, reconocida script del cine español, muchas veces quisieron sentarse con su madre para que diese alas a esta narración con sus vivencias. No lo hicieron, pero aún hoy hay muchos días en que Uge le dice “ay Mari, sentémonos”. Ana Belén debería hacerle caso para que esa historia volviese a brotar, para que no quedase ahí el relato que, por ahora, solo comparten la una con la otra.
‘Ya lo pensaré mañana’
Víctor Manuel dice que “el éxito destruye más que el fracaso en este oficio”. ¿Comparte esta sentencia?
Yo he visto a mucha gente que se ha vuelto muy tonta con el éxito. Curiosamente no los más jóvenes, que en ese momento resulta tremendo porque no lo asimilas, sino la gente que por razones llevaba mucho tiempo trabajando sin demasiado reconocimiento y de repente le llega. Ahí el triunfo suele mezclarse con algo de rencor… Es verdad lo que dice Víctor, el fracaso te ayuda a crecer muchísimo, a poner cada cosa en su lugar y a relativizar mucho.
A simple vista parece que a usted el fracaso no le haya tocado.
Es que en la memoria pesan mucho más las cosas buenas que las malas. En los fracasos, la memoria es muy selectiva. Y volverás a caer en el mismo error pasado mañana. Pero sí, el fracaso siempre te ayuda a aterrizar.
“Ni puedo retirarme, porque sigo viviendo de mi trabajo, ni la llama que tengo dentro me lo permite”
¿Cuál ha sido su mayor temor como artista a lo largo de los años?
Quizá lo más complicado en un momento determinado fue el sentir que tienes una familia, que por un lado nunca me han exigido nada y han estado cuidados con amor y cariño, pero fue muy duro a veces teniendo dos críos pequeños tener que irme. El tiempo que estábamos con ellos era oro, pero te preguntabas si era suficiente. Y luego esta sociedad machista… En muchas entrevistas tuve que soportar aquella malvada pregunta de ‘si te dieran a elegir entre tus hijos y la profesión…’.
Siempre a usted, nunca a Víctor.
Siempre era a las tías, con ganas de machacar. Y las tías también teníamos que tener una profesión y salir de casa.
¿Qué tipo de mujer se considera?
Una mujer que ha vivido el tiempo que le ha tocado. Siempre consideré que yo iba a vivir de mi trabajo, que iba a pelear por ello. Y, sobre esto, mi madre me dio un consejo cuando empecé a trabajar: “Tú no dejes que nadie te invite, tú paga lo tuyo”.
¿Ya ha pensado quién le gustaría que le entregase el Goya o qué dirá frente a esa platea repleta de compañeros?
Estoy un poco en plan Scarlett O’ Hara: “Ya lo pensaré mañana”. Lo consultaré a mi oráculo mayor, que es Víctor. ¿Qué diré? No lo sé. Pero sí sé que yo no estaría aquí si no fuese por mis maestros, los que me han moldeado y me han hecho ser yo, entre ellos mis padres, que gozarían inmensamente este momento.
¿Sueña con retirarse?
Sí, pero he visto muchas actrices que cuando dejaron de trabajar y de estar en activo se murieron. Entonces pienso que no sé. Cuando era más joven yo calculaba que a esta edad ya estaría como Greta Garbo, que ya le habría dicho a esta profesión bye bye. Pero ni puedo, porque sigo viviendo de mi trabajo, ni la llama que tengo dentro me lo permite.