La paciencia y su recompensa
Hay algo curioso en cómo se hizo Tarde para la ira y es que, aunque Raúl Arévalo no tuviera que matar a nadie, la forma en la que preparó y esperó para rodar su historia como él soñaba tiene mucho que ver con la minuciosidad con la que el personaje de Antonio de la Torre diseña su venganza en la película | David Serrano
Durante años, Raúl pensó y analizó de forma casi enfermiza todos y cada uno de los aspectos de su ópera prima. Escribir el guión le llevó ni más ni menos que ocho años. ¡Ocho años! Solo por eso ya se merecería todos los premios del mundo. No de forma continua, pero sí con la misma constancia con la que actúa su protagonista, Raúl fue escribiendo su historia poco a poco, dejando que creciera y que madurara y, exactamente igual que hace el personaje de Antonio, él también se introdujo en la vida de los hombres y mujeres que aparecen en su historia. Nada en Tarde para la ira está ahí por casualidad; cada frase, cada localización, cada vestuario es el resultado de una profunda reflexión y de muchísimo trabajo. Por eso todo en esta película respira verdad.
Pero hay una diferencia fundamental entre Raúl y su protagonista: Raúl no estuvo solo. En este viaje le acompañó desde el primer día David Pulido, un amigo suyo psicólogo que, como Raúl, nunca había escrito un guión, pero que también tenía un inmenso talento y un afiladísimo instinto para crear personajes y describir ambientes y situaciones absolutamente reales y, al mismo tiempo, fascinantes. David también tuvo la paciencia suficiente para aguantar esos años sin desfallecer, intentando que cada revisión que hicieron del guión fuera un poco mejor que la anterior.
Con el guión terminado, Raúl siguió sin tener prisa. Varios productores quisieron producirlo, pero él continuó esperando para que todo lo que llevaba tanto tiempo preparando se terminara haciendo como él creía que debía hacerse. Y por fin encontró a Beatriz Bodegas, una productora que apostó y que se la jugó como nadie hace por una película, y que también supo esperar, mimetizarse con esa historia y con esos personajes, a la vez que entendía que las cosas que pedía su director no eran caprichos ni cabezonerías de un principiante, sino el resultado de una larguísima y profunda reflexión. El empeño y la valentía de Beatriz y de Raúl debería ser un ejemplo para todos los que queremos hacer cine.
Y como a veces la vida sí es justa, les salió bien. Igual que Antonio consigue llevar a cabo su venganza, los tres terminaron haciendo Tarde para la ira. El resultado: un peliculón, una de las mejores óperas primas de la historia del cine español. En un mundo en el que cada vez se olvida todo antes, estoy seguro de que dentro de muchos años se seguirá hablando de ella. Su título en inglés terminó siendo “La furia de un hombre paciente”. No puede ser más acertado.