Manolo Solo, un clásico de la segunda fila
Manolo Solo cree que habla mucho y dice poco, pero sus palabras están cargadas de enjundia. De joven, la música lo atravesaba (compartió escenario como vocalista de la banda Los Relicarios con el director Santi Amodeo), pero el encuentro con un amigo del colegio que le dijo estar estudiando en el Instituto de Teatro le removió: “pensé: qué he estado haciendo todo ese tiempo” | Juan MG Morán
Este clásico de la segunda fila era más dañino consigo mismo en el mundo de la música que interpretando, “quizá porque no tengo tanta responsabilidad. Ahora me implico y cuestiono, además mucho, pero solo intento ayudar a que otros cuenten su historia. En cambio, aquello era mi grupo, mis canciones y mi fracaso”.
De la música le viene el Solo a Manolo Solo, “de un niño, huérfano de padre, que tenía 14 años y quería ser estrella del rock”. Pero visto desde la distancia, no le gusta nada: “Me parece pueril y me da cierta lastimilla ese muchacho que quería hacer gala de su dolor. Como máximo me parece tierno, pero lo que más me da es vegüenza”. Su familia es su madre, que años antes de acompañarle en la noche de los Goya le decía “estudia, estudia y luego verás. Velaba por mí porque este le parecía un mundo muy complicado”.
Triana, su personaje en la Tarde para la ira de Raúl Arévalo, le ha valido su primer Goya a un intérprete que ha participado en producciones tan diversas como El laberinto del fauno, La herida, Carmina y amén o B. Con una voz disfónica que le hizo dudar, “no sabía si la voz me iba a dar, si el papel me iba a quedar caricatura”, le dio carácter a un personaje que le debe mucho a la Alameda de Hércules y Rochelambert, territorios sevillanos “bastante duros” que recogen “el bagaje”de un mundo que Solo respiró en otra etapa de su vida.
“Yo me compadezco de las actrices españolas.Hay más actrices que actores, pero hay muchos menos papeles para ellas”
Tiene claro que “la cultura es un instrumento de cambio. El arte debe mover conciencias y entretener, no vale solo con apabullar con mensaje político” y es que, considerándose una persona de izquierdas, ha rechazado proyectos que defendían esta ideología de modo panfletario, “a mí no me vale el mensaje por el mensaje”. Considera que “la gente conservadora ha clasificado el cine como algo de lo opuesto, y quizá el opuesto también se lo ha apropiado” y declara sentir “pena y vergüenza” de que en España haya tanta gente sintiendo “odio o desprecio” por nuestras películas. Generoso a raudales, exclama “yo me compadezco de las actrices españolas” cuando se le pregunta por la causa de sus compañeras reclamando más papeles femeninos, “hay más actrices que actores, pero hay muchos menos papeles para ellas”.
Si él ha conseguido este galardón es porque hoy cuenta con herramientas diferentes a las de hace un par de décadas, “la más básica es la experiencia, el hecho de ser capaz de estar tranquilo si tu personaje lo está”. Hace años se quedaba “con la boca seca delante de la cámara” y su único objetivo era únicamente “poder articular”. Cree que este Goya es “un acicate para seguir trabajando cuando llevas muchos años buscándote la vida. Lo único peligroso es poner la autoestima fuera, si te premian es que valen y si no es que no”. Pero tiene claro que “el reconocimiento te ayuda a seguir, piensas además en todo lo que has sacrificado y lo duro que es trabajar en esto…”. Parece que su madre tenía toda la razón.