Mejor Guión Original
Los guionistas de Cien años de perdón, El olivo, Que Dios nos perdone y Tarde para la ira comparten sus experiencias
La caja. El miedo | Jorge Guerricaechevarría
Escribir un guión y robar un banco tienen sus puntos en común. El principal de todos es que en ambos casos hay que tener un plan. Hay que responder a una serie de preguntas: ¿quiénes?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y, sobre todo, ¿qué? Ahora, con la distancia, puedo deciros que ese ‘qué’ fue sin duda la parte mas difícil de resolver en esta historia. Teníamos a nuestra banda, el banco situado en un marco incomparable para nuestros propósitos como Valencia, pero llegaba el momento de dotar de sentido a todo lo demás dependiendo de con qué llenáramos esa caja de seguridad que tantas idas y vueltas iba a provocar a nuestros personajes. Ahí comenzó el pánico: ¿qué podía haber ahí adentro que estuviera a la altura de las expectativas creadas? Y, sobre todo, ¿qué podía ser ese algo que no se quedara pequeño ante todos los escándalos y noticias que día a día iban llenando los periódicos y los informativos de este país? Por más atroz e infame que imagináramos su contenido, corríamos un riesgo real de que la realidad nos superara. Fueron semanas de darle vueltas sin encontrar la solución mientras mi mujer y mi hija me veían preocupadas montar en cólera porque la sopa estaba fría o los vecinos hacían demasiado ruido: con algo hay que pagar la frustración. Y fue en medio de todo ello cuando, de pronto, la solución surgió un día a las 8:45, en mitad de una ducha. La idea apareció como un destello: en la caja no hay nada. O lo había, pero la torpeza de alguno de los miembros de la banda lo ha hecho desaparecer. Lo importante es que no tienen nada que mostrar, nada a lo que agarrarse, o como lo definiría mas poéticamente el director, Daniel Calparsoro, cuando compartí esta idea con él: lo que hay dentro de la caja es el miedo. Eran ellos, los de fuera, los políticos, los que debían llenar nuestra caja con su propia basura. A partir de ahí todo fue relativamente fácil, y es por ello que no quiero dejar pasar esta ocasión para enviar desde aquí mi agradecimiento a todas esas ‘manzanas podridas, a todos esos ‘políticos-que-salieron-rana’, a todos los mangantes de este país en general por su desinteresada colaboración a la hora de llenar la mente de nuestros espectadores de las más aterradoras pesadillas. Sin ellos difícilmente podríamos haber llegado a la conclusión de que ‘quien roba a un ladrón…’.
Olivos milenarios y momentos de inspiración | Paul Laverty
Una cosa es leer sobre estos magníficos árboles y otra muy distinta verlos delante de ti. Y eso fue lo que nos ocurrió cuando hace unos diez años Ramón, Hilario, Salva, Pedro y Enrique nos presentaron, uno a uno, estos monumentos que embellecen el paisaje alrededor de La Jana, Canet, Traiguera y San Mateu, en Castellón, en algunos casos durante más de 2 000 años. En un punto, apenas a 50 metros de estos árboles, pasaba el camino a Roma y no costaba mucho encontrar por el suelo trozos de cerámica de la época. Escuchamos historias que habían pasado de generación en generación, historias de soldados escondidos bajo las raíces de tal o cual árbol durante las Guerras Carlistas y durante la Guerra Civil. Pedro identificaba cada pájaro que cantaba desde las ramas y todos los insectos y criaturas que tenían su hogar en los olivos. Un par de años más tarde estas mismas personas generosas y sus comunidades me invitaron a unirme a sus familias para una cosecha especial, la de las aceitunas de olivos de más de mil años de edad. El color, el olor, pero sobre todo el sabor de la primera prensa se me ha quedado grabado para siempre: no es de extrañar que el aceite de oliva sea la sustancia de los poetas, los dioses y la Biblia. A pesar de la dureza y las contradicciones que conlleva trabajar la tierra durante siglos, y todos nuestros delirios de propiedad desde antes del feudalismo hasta el capitalismo de mercado actual, hay una verdad esencial que se manifiesta por sí misma: la naturaleza nos cuida y nosotros cuidamos de la naturaleza. Los árboles cuidan de nosotros dándonos su aceite, su leña y su sombra, y nosotros cuidamos de los árboles, generación tras generación, año tras año, segundo a segundo. Si no, todos perdemos. No hace falta mucha imaginación junto a estos árboles para darse cuenta de que nuestras vidas son cortas. Muy cortas. Árbol, homo sapiens, pájaro, insecto, todos agarrándose a la vida lo mejor que pueden.
Corta, pero en la compañía adecuada, la vida puede ser muy dulce y rica más allá de las palabras y de cualquier guión. Gracias queridos amigos por estos breves y hermosos momentos en que nos sentimos tan vivos.
El mejor guión posible | Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen
Pasea, observa, investiga, anota, comenta, comparte, reitera, apunta, selecciona, escribe.
Reposa, lee, reflexiona, analiza, decide, comparte, comenta, discute, acuerda, convence, reconoce, escribe.
Escribir un guión a cuatro manos es saber que tienes al mejor juez a tu lado, al mejor productor, al mejor analista de guiones, al mejor director (que luego no tiene por qué ser el mismo que dirige la película) y sobre todo, en nuestro caso, es tener al lado a un guionista libre que quiere escribir el mejor guión posible. Que quiere escribir una película policiaca tan policiaca como las de Fritz Lang, tan entretenida como las De Palma, tan única como las de Audiard, tan humanista como las de Kurosawa, tan reales como las de Urbizu. Pero también es tener al lado a un guionista que no quiere ser Lang, ni De Palma, ni Audiard, ni Kurosawa, ni Urbizu, sino un guionista que respeta el oficio y la profesión, que respeta al cine y al espectador y que no se conforma ni con la primera idea ni con la primera versión.
Recordamos escribir Que Dios nos perdone con la libertad y el vértigo de estar solos, de no tener que enseñarle a nadie nuestro guión. Con el único y estimulante objetivo de que le gustase al otro, al compañero.
Pero también recordamos que nos disfrazábamos de espectadores, de productores y de actores, con la misión casi imposible de olvidar que esos diálogos los habíamos escrito nosotros, e intentábamos ser rigurosos con lo que leíamos. Queríamos que cuando llegara el momento, si llegaba, pudiésemos defender hasta la última coma de nuestra película.
Línea tras línea, corrección tras corrección, versión tras versión.
No entendemos el oficio de otra manera.
Esperamos no perder nunca ese espíritu.
A fuego lento | David Pulido y Raúl Arévalo
Durante ocho años estuvimos escribiendo este guión.
El mismo tiempo que pasa Curro en la cárcel y Jose rumiando su tragedia es, curiosamente, el que tardamos en convertir una reflexión sobre el comportamiento humano en una película.
Nosotros también cocimos esta venganza a fuego lento.
Al principio era una afición entre dos desconocidos que compartíamos las ganas de escribir por el simple placer de poner a prueba nuestra creatividad. No teníamos presiones ni plazos y aprovechábamos los huecos libres que nos dejaban nuestras profesiones de actor y de psicólogo.
La historia creció y fue ocupando un hueco cada vez más importante en nuestras vidas sin que variara nuestra peculiar hoja de ruta: podíamos tirarnos toda la madrugada buscando una frase o dejar de repente de escribir Tarde para la ira y meses después reencontrarnos con ella con nuevos ojos. El guión no era el mismo porque nosotros también habíamos cambiado; incorporando nuevas referencias, nuevas vivencias sobre cómo hacer cine o nuevas experiencias en la consulta…
Llegó un momento en que aquel hobby se había convertido en una obsesión que solo acabaría cuando termináramos de escribirla. Algo parecido a lo que le ocurre al protagonista de nuestra historia. Y al igual que él, descubrimos que ese momento solo era el principio de otra aventura. En nuestro caso, la de encontrar alguna productora que no solo creyera en el guión sino que confiara plenamente en cómo lo queríamos contar, ya que estos ocho años de borradores nos habían servido para cimentar cada decisión hasta tener un guión a prueba de sorpresas de última hora, de la dura realidad de los rodajes o de los fallos que como novatos pudimos cometer. Frente a todos los cambios siempre tuvimos claro lo que queríamos contar. No solo teníamos cada escena en la cabeza sino que podíamos recordar perfectamente lo que cada uno de nosotros argumentó en la discusión a la hora de escribirla o la anécdota que contó para ilustrarla.
Y es que hablar de cómo escribimos esta historia es hablar de cómo forjamos una amistad. El compartir un viaje con personajes ficticios hizo que nosotros nos convirtiéramos en cómplices inseparables.
Esa manera de confrontarnos y comprendernos se ha ido plasmando en el alma del guión, haciendo que la película sea hoy la que es, con sus defectos y sus virtudes, y a nosotros en lo que somos: dos amigos que sueñan seguir escribiendo juntos ocho, diez o veinte años más.