Disciplinada, entusiasta, emocional y muy inteligente

Foto: ©Ana Belén Fernández

 

Lino Escalera, director y guionista de No sé decir adiós, solo tiene palabras de admiración para Nathalie Poza, Ganadora del Goya a Mejor Actriz Protagonista por esta historia

 

Por Lino Escalera

La primera vez que coincidí con Nathalie fue en una tienda de ropa en Madrid, hace ya bastantes años. Era una de esas malas épocas donde no tenía mucho trabajo y trabajaba en esa tienda como dependiente. Ella entró a mirar ropa, yo la conocía por sus trabajos con Animalario y películas como Malas temporadas. No cruzamos palabra, al poco se despidió amablemente y se fue. Allí me quedé yo, con una extraña sensación; algo me decía que en el futuro iba a trabajar con ella.

Fuera o no aquello una intuición, pasaron los años y ahí estábamos, Nathalie y yo, sentados en la cafetería del Círculo de Bellas Artes, teniendo nuestra primera reunión para hablar de No sé decir adiós. Recuerdo que traía el guión completamente lleno de notas. Hablamos con entusiasmo y profundidad de la historia y de su personaje, que por aquel entonces no era el de Carla, sino el de su hermana, Blanca, que terminó interpretando Lola Dueñas.

A pocos meses del rodaje, la actriz que iba a interpretar a Carla se cayó del proyecto. Fueron días duros, se manejaron otros nombres. En medio de aquel ruido una amiga me dijo “¿por qué no lo hace Nathalie?”. Algo resonó en mi cabeza. Era una opción que ya había pensado, pero no lo había planteado como una alternativa real. Llevaba meses trabajando el papel de Blanca con Nathalie. Hablé con la directora de cásting, Tonucha Vidal, que me aconsejó que no buscara más, que ya tenía a la actriz perfecta para el personaje: Nathalie Poza. Decisión tomada, seguramente una de las más acertadas que he tomado en mi vida.

Recuerdo el momento en que llamé a Nathalie para ofrecerle el papel. Yo estaba en Barcelona, en casa de un amigo. Recuerdo la luz, la excitación: “Necesito media hora, ahora te llamo”, me dijo. A la media hora me llamó, dijo que sí. La sensación fue como si algo se colocara en su lugar. A partir de ahí Nathalie fue Carla.

El trabajo con Nathalie ha sido intenso, profundo y muy enriquecedor. Es una actriz con un talento descomunal, cimentado por años de experiencia y trabajo. Su manera de trabajar es disciplinada, entusiasta, profundamente emocional y a la vez muy inteligente. Hay mucha sabiduría en lo que hace. Desde el primer momento se lanzó a dar vida a Carla, una mujer compleja, rota, con muchas heridas, y lo hizo sin red, pero a la vez calculando muy bien sus movimientos. No puedo estar más orgulloso, y muy agradecido también. No solo de su trabajo, también de su apuesta, su implicación, su compresión en situaciones complicadas y su amistad.

Desde aquel primer encuentro silencioso en aquella tienda de ropa en Madrid, una suma de decisiones y casualidades nos han llevado a Nathalie y a mí a llegar juntos hasta aquí. Quiero pensar que esto es solo el principio, que nos queda mucho recorrido por delante. Seguramente nuestros futuros encuentros tendrán poco que ver con las intuiciones o el azar, sino más bien con el compromiso con nuestro trabajo, la profunda admiración y el cariño mutuo que nos tenemos.