Las paredes de Handia

Foto: ©Miguel Córdoda

Andoni de Carlos comparte sus sensaciones tras Ganar el Goya a Mejor Guión Original,  junto a Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari Goenaga, por Handia

 

Por Andoni de Carlos

Miguel Joaquín Eleizegi fue una persona real, uno de los hombres más altos del mundo, un gigante. Suficiente información para hacer volar la imaginación de un niño. No recuerdo cuántos años tenía cuando fui por primera vez a Altzo, pero sí que del pueblo me volví con Joaquín. No sabía qué hacer con él, pero cuando muchos años después me adentré en el mundo del guión encontré las herramientas precisas para empezar a jugar. ¿Pero cómo se escribe una película imposible?

Sí, imposible. Porque la historia de un gigante del siglo XIX que solo habla euskera no es la película más sencilla de levantar. ¿Quién querría embarcarse en semejante aventura? Soy muy consciente de que el papel lo aguanta todo, pero en aquel entonces intuía que en la vida real no abundan los actores de más de 230 centímetros, que una película de época puede ser muchas cosas pero no es barata, y que el idioma en el que se comunican los personajes de manera natural podía ser un obstáculo para muchos de los futuros espectadores. Por todo ello, mi apuesta fue escribir un tratamiento de animación, pues pensaba que así lo imposible tenía alguna opción de convertirse en posible. Me equivoqué.

Mandé el tratamiento con toda la ilusión del mundo a Irusoin. Xabier Berzosa no tardó en contestarme para fijar una reunión, a la que acudieron el propio Xabier junto a Jon Garaño y Aitor Arregi, ambos de Moriarti. Para mi sorpresa, hacía años que Joaquín también acompañaba a Jon, en su caso desde que visitara el Museo San Telmo y observara algunos de sus objetos personales. Querían hacer la película, pero eso no fue lo mejor: la querían hacer en imagen real y mucho más oscura que mi planteamiento inicial. Me dijeron que me lo pensara, que hablábamos en un par de días. Me marché con la decisión tomada, pero me di un poco de importancia y agoté las 48 horas pactadas. La respuesta fue un sí como una casa. Y nos pusimos a trabajar.

El oficio del guionista tiende a ser solitario, una pelea interior con uno mismo, por eso buscamos desesperadamente ‘paredes’: personas a las que lanzar la historia para que nos la devuelvan con diferentes puntos de vista y matices que nosotros no somos capaces de captar. En el caso de Handia, las “paredes” eran varias, y con la incorporación de Jose Mari Goenaga el proceso de escritura no hizo más que enriquecerse. Uno escribía y los otros comentaban lo que a su entender funcionaba y lo que no. Sin concesiones, dejando los egos a un lado. Cambios y más cambios. Escribir y reescribir. El que escribía pasaba el testigo a otro y vuelta a empezar. El proceso fue largo, a veces tortuoso, y hubo momentos en los que temí que el proyecto encallara. Pero, visto con perspectiva, el tiempo invertido en guión y las muchas capas que fueron incorporándose han hecho que Handia sea lo que finalmente es: la constatación de la importancia de pensar en grande, de escribir en libertad, sin cortarse, pues no hay película imposible que un gran equipo no pueda sacar adelante. A por la siguiente.