Mujeres, identidad
y ausencias

Carla Simón abraza a la productora de Verano 1993, Valérie Delpierre. Foto: ©Alberto Ortega

La directora y guionista Paula Ortiz dedica una palabras a Carla Simón, ganadora del Goya a Mejor Dirección Novel por Verano 1993

 

Por Paula Ortiz

Un poema de mi amigo Jesús Bosqued, escrito bajo un cuadro que pintó sobre la puerta de un bar que había cerrado hace tiempo, decía: «Los huecos duelen cuando no hay nada que los cubra completamente».

En el cine cargamos con los huecos. Con las grandes grietas. Las propias. Las de los otros. Las de todos. Las de todas. Buscamos en los huecos… Amor, dolor, deseo, placer, alegría, pérdidas… muerte. El cine en cada intento de transitar esas experiencias trata de reconstruirlas, curarlas… buscarles un sentido.

Carla Simón en sí misma ha demostrado ser algo más que una voz propia en el paisaje cinematográfico de nuestro país. Carla es una metáfora de los cimientos que sostienen el cine actual y sus grietas. El cine tiene grietas. Muchas grietas. «Hay una grieta en todo, solo así entra la luz», decía Leonard Cohen. Y tres de las grandes grietas del cine son: las mujeres, la construcción de la identidad y la lucha contra las ausencias.

Verano 1993, con todo su idilio, todo su silencio, toda su luz, encierra un viaje que nos regala la experiencia del dolor, de la pérdida, del amor… de cómo reconstruirse desde ahí, cómo hacer de los huecos tus cimientos. Además, siendo mujer.

Su película es un acto de valentía que se desnuda a sí misma, se cuenta a sí misma, que bucea en sí misma. De esa manera lo hace en todos nosotros y nuestros huecos fundacionales. Su relato es un canto a la infancia que trata de bajar los ojos a la altura de un metro veinte, sin condescendencia ni idealizaciones.

Sus planos nunca abandonan no solo la mirada, sino el punto de vista de su niña, evocando intensamente los silencios y los fuera de campo que la rodean. Su narración se mueve por los caminos paralelos del drama, tan íntimos, tan éticos, tan callados que verdaderamente nos regala una experiencia nueva.

Con este lenguaje, Carla Simón trasciende el hecho biográfico, radical, profundo, para intentar una nueva poética. Y desde esa poética consigue un relato que de nuevo nos sumerge en esa gran lucha… La lucha contra la muerte. Al fin y al cabo, todos los relatos son una lucha feroz por curar ausencias. Son una búsqueda y un intento de que los huecos no nos duelan. Un intento de cubrirlos completamente. Y así ocurre con Verano 1993.

Carla aborda esta lucha desde su niña pasada y desde ella misma hoy, como mujer adulta. Así trata de reconstruir su identidad desde sus ausencias, como hacemos todos. Y así nos ofrece una experiencia cinematográfica radicalmente honesta. La vivencia de un verano… una casa… un ciruelo maduro…

Carla, cuando recibió su Goya a la Mejor Dirección Novel, habló de sus padres, de la infancia, del estigma, del dolor, de su identidad, de sus ausencias. Y de las mujeres. Porque al final, en la gala de los Goya de este año, en un momento en que las mujeres del cine alzaron la voz, ella es la metáfora de todas nosotras. Ella es voz, es mirada, es un camino y una determinación nueva que construye su identidad también desde los huecos, las grietas y las ausencias.