Carla Simón, nominada a Mejor Dirección Novel y Mejor Guión Original por Verano 1993, reflexiona sobre esta «primera vez»

Hacer una primera película es un viaje apasionante y tremendamente difícil. Apasionante, por sentir que estás realizando lo que más habías ansiado en este mundo. Difícil, porque te das cuenta de que no sabes nada sobre cómo hacer cine. Seguramente por este motivo la intuición juega un papel crucial y, aunque parezca algo obvio, la lección más importante es aprender a confiar en tu propio criterio.

Verano 1993 tenía muchos retos, incluso hay quien me sugirió que empezara contando algo más fácil, pero yo sentía aquella urgencia.

La película cuenta mi propia historia, y el reto fue precisamente encontrar la distancia justa para que las emociones de la niña que fui se trasladaran a la pantalla. Por un lado, decidí ficcionar gran parte de la historia. La semilla de muchas ideas son mis recuerdos, pero tuve que transformar la realidad para construir el viaje emocional de Frida. Por el otro lado, tuve que renunciar a mis imágenes. Tenía muy claro que buscaba un tono naturalista por lo que debía aprender a mirar lo que pasaba en frente de la cámara, encontrando la manera de contar los matices de la historia con los elementos de los que disponíamos.

Otro gran reto, evidentemente, fue dirigir a dos niñas tan pequeñas. Nos pasamos dos meses y medio con los actores para tejer sus relaciones, buscar una profunda intimidad y crear unos recuerdos compartidos improvisando momentos previos al verano de 1993. Las niñas nunca leyeron el guión pero yo quería plasmar aquello que estaba escrito consiguiendo un tono naturalista. Así pues, aunque lo parezca, no hay mucha improvisación; algunos diálogos, algunos gestos incuestionables de las niñas, el resto está ahí, tal y como lo escribí. Rodar con niños es un juego, y como directora debía invitar a cada departamento a estar al servicio de este juego.

Nuestra película tiene un presupuesto modesto, así que otro reto fue rodar en 6 semanas, y por cuestiones legales con las niñas, con jornadas de muy pocas horas. No podía reflexionar o experimentar, debía tomar decisiones muy rápidamente. Así pues, tanto la profesionalidad del equipo como la preparación previa fueron clave para llegar a rodar todas las escenas que estaban en guión.

Aprendí lo que no está escrito, crecí tanto personal como profesionalmente, me enamoré aún más (si cabe) de nuestro arte, y no puedo estar más agradecida por esa bonita nominación ¡que solo se puede tener una vez en la vida!