Sintonía y complicidad

Foto: ©Alberto Ortega


Por Juan Pedro de Gaspar,
ganador del Goya a Mejor Dirección Artística |

 

Desde el punto de vista personal, mi oficio es el lugar al que me condujo mi pasión por el cine, combinada con el sumatorio de acontecimientos que sucedieron en mi vida. Unos casi casuales, como los amigos que tuve la suerte de encontrar, algunos mucho antes de dedicarme a esto; otros, sucesos aparentemente insignificantes o perfectamente percibidos y elegidos, con todos los errores y aciertos que jalonan el pasado de cualquiera.

Si tuviese que explicarme ante el público, les diría que es un trabajo interesante y muy bonito a veces, no exento de incertidumbres laborales muy serias, como todos los del cine, y en el que cada vez enfrentas proyectos que plantean preguntas que no has respondido nunca antes y para las que hay que encontrar respuestas en una suerte de convivencia permanente entre el estímulo y el vértigo. Todo esto en un ámbito en el que, por su naturaleza, afortunadamente podemos tomar riesgos, porque nos dedicamos a fabricar historias. No tenemos la clase de responsabilidades que tienen casi todas las otras profesiones, desde la neurociencia a conducir un metro con 200 vidas a bordo o formar a los niños en los colegios capacitándolos para responsabilizarse del futuro. Las consecuencias de nuestros errores recaen fundamentalmente sobre nosotros mismos.

En el caso específico de La sombra de la ley, los riesgos que asumimos desde Arte, de una forma absolutamente coordinada con Dani de la Torre, Josu Incháustegui, el director de fotografía, y Félix Bergés, el supervisor de efectos digitales, resultaron de aceptar que nuestro presupuesto no era suficiente para darle a nuestra historia la escala que creíamos que necesitaba, así que decidimos no limitarnos con la ambición de los planos en el rodaje y jugar a hacer el cambio de época no teniendo absolutamente controlados los decorados de exteriores (desde instalaciones de fibra óptica hasta pintadas o gráficas inconsistentes con los años 20), manejando las profundidades de campo, un control razonable de los primeros y segundos términos y los necesarios retoques y diseños de la posproducción digital. Para mi sorpresa, guiados por la audacia de Dani, Josu y Félix, fuimos capaces de llegar mucho más lejos de lo que en principio pensamos y la película cogió un vuelo visual muy aceptable.

Esto fue sin duda lo más difícil, por el vértigo que daba no cubrirse, y finalmente lo más gratificante por los resultados que acabamos obteniendo, por lo que supusieron tanto estos como la sintonía y la complicidad que tuvimos y aún tenemos entre nosotros.