Antonio Banderas, en palabras de Almodóvar, Julieta Serrano y Leonardo Sbaraglia

 

Foto: ©Papo Waisman

El ganador del Goya a Mejor Actor Protagonista por Dolor y gloria, Antonio Banderas, visto por del director de la cinta Pedro Almodóvar y sus compañeros de reparto Julieta Serrano y Leonardo Sbaraglia

 

Un verdadero espectáculo | Por Pedro Almodóvar

Desde que lo conocí a principios de los ochenta, de Antonio Banderas me atrajo su capacidad para encarnar la pasión y el deseo, su intensidad rayando en la locura. Con la excepción de Mujeres al borde de un ataque de nervios, donde pudo demostrar que también puede ser un muy fino actor de comedia ligera. Incluso para nuestro reencuentro en La piel que habito, lo que me seguía atrayendo de él era esa facilidad para resultar atractivo aunque fuera un monstruo. Los personajes excesivos que hizo conmigo los salvaba a base de una enorme humanidad y mucha verdad en todos sus gestos.

Como ha demostrado ampliamente, Antonio posee algo innatamente épico, una bravura que le iba muy bien a mis personajes apasionados y a las películas de acción que hizo después en Hollywood. Cuando le llamé para que se hiciera cargo del protagonista de Dolor y gloria, le pedí exactamente lo contrario. Le pedí casi que cambiara de naturaleza. Su personaje vive aislado, es víctima de múltiples dolencias, está deprimido, con nula relación con el exterior. La tesitura que le pedí a Antonio era la opuesta a lo que le ha caracterizado hasta ahora: gestos pequeños, voz debilitada por el dolor (una escala más alta de la que él utiliza habitualmente), emoción seca donde solo utilizara los ojos, en los que al fondo pudiéramos adivinar un dolor profundo. Todo ello y mucho más, pero haciendo lo mínimo.

El resultado es extraordinario. Su economía de gestos resulta arrebatadora, cuando mira a su madre (Julieta Serrano) o a su examante (Leonardo Sbaraglia) rebosa ternura y algo más que no sabría cómo definir, una cualidad que consiste en perdonar y aceptar a los demás, aunque eso te haya causado mucho dolor.

Un buen actor es el que sabe escuchar y mirar, y Antonio Banderas da una verdadera lección al respecto en nuestra última película.

Ha sido muy emocionante verle componer su personaje de Salvador Mallo. Un verdadero espectáculo.

*Publicado en la revista So Film

Foto: ©Miguel Córdoba

La ductilidad de Banderas | Por Julieta Serrano

Me habían hablado de un actor que estaba en el Teatro María Guerrero, el escenario en el que le vi por primera vez, y sin saber quién era, me llamó la atención. Como ha demostrado a lo largo de todos estos años, Antonio siempre ha tenido un enorme talento y sensibilidad. Son muchas las virtudes de Antonio, cuyas capacidades han aumentado con el tiempo. Ha madurado muchísimo desde que nos conocimos, desde nuestras primeras escenas juntos en Matador hasta Dolor y gloria, donde, de nuevo, volvió a dejar patente su impresionante ductilidad y su sensibilidad para conectar con los personajes que le confían. Antonio se convierte en el personaje y, lo hace aparentemente, sin que le cueste, sin esfuerzo. Hace fácil lo que no lo es.

Y esa misma facilidad la tiene para conectar y comunicarse con la gente. Su sentido del humor, su humanidad, su sencillez, su amabilidad, su incuestionable carisma… Todos los que le conocemos pronunciamos los mismos adjetivos cuando hablamos de Antonio, que, de tener ego, lo tiene muy disimulado. Su calidez humana es tan grande que es imposible no quererle.

He sido su madre ‘almodovariana’ en tres ocasiones. Antonio es el hijo que toda madre quisiera tener –quizá por eso no me he arriesgado a tener hijos, por si acaso no eran como él–. Bromas aparte, ojalá continúe siendo su madre en más películas. Ojalá repita con él y con Pedro.

En Dolor y gloria no ensayamos nuestras escenas. Se creó tal clima de comunicación entre los dos que Pedro no tuvo que darnos muchas indicaciones. Pedro, que sabe exactamente lo que quiere, nos comunicó las cosas que eran imprescindibles. Mi relación con Antonio fue muy natural y libre, fue un reencuentro en el que el tiempo –¡30 años!– se esfumó.

Vuelvo a su ductilidad, porque no es fácil de encontrar y le ha hecho ocupar el lugar en el que está. Vivió en Hollywood, trabaja en todas las partes del mundo. Lo que tiene Antonio es muy suyo y es lo que le ha hecho triunfar en todos los sitios a los que va. Dolor y gloria nos ha dado nuestro primer Goya a los dos. Antonio tenía el Goya de Honor, y ya era hora que el intérprete que me cautivó en Mujeres al borde de un ataque de nervios y estaba brillante en Átame tuviese un Goya al Mejor Actor.

Fue una gran satisfacción para todos, porque se lo merecía. Esa noche hubo mucho cariño, muchos besos y abrazos. Todo por Antonio, cuya generosidad le ha hecho compartir su talento con las nuevas generaciones, y el teatro que ha creado en Málaga demuestra un gran amor a su profesión. A Antonio, al que le agradezco que siempre hable tan bien de mí, le admiro profundamente.

 

Un vínculo de por vida | Por Leonardo Sbaraglia

Trabajar con Antonio fue un gran placer. Me encontré con un gran compañero de trabajo, un excelentísimo actor y una persona de una gran humanidad. En los ensayos sentí mucha conexión de su parte, cuando yo me incorporé al rodaje, él ya llevaba bastantes semanas con el personaje armado, pero recuerdo que me recibió con todos sus ojos, con toda su mirada… sin proponérselo, lo sentí muy atento hacia mí.

Antonio y yo nos necesitamos. Lo interesante, ‘lo loco’ fue que, aunque nos habíamos visto pocas veces y no habíamos hablado mucho, se creó entre nosotros un gran vínculo, se dio una química hermosa… como si nos conociéramos de toda la vida. Creo que eso tiene que ver con algo que nos propusimos los dos, y cuando las personas se proponen poner lo mejor de uno frente al trabajo, se consiguen estas cosas.

No olvidaré que antes de empezar a filmar una escena muy importante, le toqué el pecho haciéndole un símbolo de Reiki y Antonio se emocionó y me dijo… “tío, ¿qué me has hecho?” En ese momento lo sentí como un hermano y, después de hacer las escenas juntos, me comentó: “¡qué bien nos entendemos! tenemos que hacer cosas juntos, tenemos que vernos…”. Nuestro encuentro fue muy hondo y fraternal,  ha quedado para siempre.

De él destacaría su don de gentes, su gran compañerismo y su cercanía con todos. Como actor, siempre le sientes muy próximo, pero cuando trabajas codo a codo con él, te das cuenta de que es una persona siempre abierta al encuentro. Imagino que como director también será así .

En esta profesión puedes trabajar con un compañero/a tres o cuatro días y tener una unión para siempre. Esto es lo que me ha pasado con Antonio en una película tan importante para los dos, en la que estábamos con el corazón abierto en esa experiencia, tratando de dar lo mejor de nosotros en esta aventura irremplazable.

Me da muchísima alegría todo lo que le ha ocurrido con el personaje de Salvador Mallo. Es muy merecido y, seguramente,  le van a venir muchas cosas más. Antonio está en un gran momento de su carrera y de su vida, y yo espero  poder seguir encontrándome con él.