Las nominadas al Goya a Mejor Película Iberoamericana, en palabras de sus directores

Los realizadores de Araña, El despertar de las hormigas, La odisea de los giles y Monos reflexionan sobre sus películas

Cuervos y arañas | Por Andrés Wood

Así como a los latinoamericanos nos cuesta, absurdamente, ver entre nosotros nuestras propias películas, tampoco el tráfico de obras audiovisuales entre España y Chile ha sido muy nutrido. Pese a esta débil frecuencia, el cine español que vi de joven en Chile sí tuvo un impacto fundamental en mi visión del mundo y del cine. Empezando por Cría cuervos, que vi en algún cine-arte del gris Santiago de los años ochenta, y que derivó en que una de mis hijas se llamara Ana, por Ana Torrent; Los santos inocentes, que sigue siendo una de las películas que me habría gustado hacer; la gran impresión que nos dejó Mujeres al borde de un ataque de nervios en el Chile que dejaba la dictadura y soñaba con un “destape” como el español. Ya como director ver ¡Bienvenido Mr. Marshall! como referencia de mi película La fiebre del loco, y así tantas otras obras de Trueba, De la Iglesia, Amenábar, Coixet, Aranda, Bollain… muchas otras y otros y, en especial, el padre de todos los cineastas iberoamericanos, Luis Buñuel. Esta influencia hace que ser parte de los nominados a un Premio Goya por Araña, junto a una selecta parte del mundo audiovisual español y latinoamericano, sea un gran honor para mí.

“El pasado está siempre presente” es la frase que usamos en el cartel de la película. Es una idea que creo que conectará con los españoles, ya que las semejanzas históricas entre ambos países son muchas: una transición hacia la democracia después de largas y violentas dictaduras y, sobre todo, cómo la sombra de ese pasado todavía oscurece el presente. La negación de la profundidad de la herida causada y el surgimiento de nacionalismos de ultraderecha son parte de ese presente.

Por otra parte, las películas tienen su momento, y con el levantamiento social que actualmente está ocurriendo en Chile y en muchas otras naciones, Araña puede, en parte, ayudar a dimensionar y entender la complejidad de la sociedad chilena. Esto no es un atributo particular de esta película, porque con orgullo afirmo que si en algo ha sido consistente el cine chileno es en reflejar una mirada aguda y poco complaciente de la realidad de nuestro país.

Por último, aprovecho de agradecer esta nominación en nombre de todo el equipo de Araña, esperando que esta relación con el cine español, que partió en un frío cine céntrico de Santiago en los años ochenta viendo una película de Carlos Saura, solo siga fortaleciéndose.

La contradicción del hormiguero | Por Antonella Sudasassi

Hoy recuerdo una frase que me inspiró en los diferentes procesos de la película. “Nada podría ser más peligroso y delicado que un hormiguero” (Calasso, 1998). Hay una gran contradicción en esta combinación de palabras pero, mirando en retrospectiva, creo que resumen muy bien El despertar de las hormigas y lo que ha sido este largo e intenso proceso de encontrarnos con el público.

Soy la tercera de cinco hermanos, mi abuela paterna tuvo siete hijos; mi abuela materna, once. Crecí rodeada de mujeres centros de familia, personas de carácter fuerte que me enseñaron a amar pero que, sin saberlo, me enseñaron que el amor materno era incondicional y complaciente. Y es que pocas veces entendemos el machismo desde el amor y mucho menos desde lo más femenino que creemos tener. La revolución silenciosa de Isabel retrata cómo aprender a amar es, en sí, un acto político.

Quizás es peligroso y desafiante contar una historia a partir de los detalles y no de las acciones. Es peligroso atreverse a exorcizar una historia tan íntima, tan cotidiana, tan cercana. Es peligroso trabajar una historia de violencia desde lo sutil, especialmente cuando las calles estallan a diario con reclamos contra la violencia explícita. La película sin embargo creo que ha logrado calar gracias a que la historia, con su delicadeza, ha permitido generar empatía y empezar un diálogo hermoso de resistencia y transformación.

Cuando iniciamos el desarrollo de la película, sabíamos muy bien a lo que nos enfrentábamos: una industria casi inexistente, un país sin ley de fomento al cine, mínimo financiamiento, y una gran lista de obstáculos que nos dificultaba imaginarnos qué pasaría con la película una vez terminada. Hoy El despertar de las hormigas se convierte en la primera película centroamericana en lograr una nominación a los Premios Goya.

Que una película costarricense y feminista, liderada por mujeres, sea reconocida, cobra aún más fuerza y relevancia cuando recordamos que vivimos en países donde el ultraconservadurismo religioso amenaza con discursos retrógrados, donde padres de familia cierran las escuelas para oponerse a los programas de educación sexual, jueces envían a la cárcel a mujeres que deciden sobre sus cuerpos y políticos pelean a toda costa por prohibir prácticas médicas que garanticen la salud de las madres. El honor es inmenso y el agradecimiento profundo.

El despertar de las hormigas es una película pequeña, de un país pequeño, de una región pequeña, con una cinematografía pequeña, pero que tiene todas las ganas de crecer, de asomarse al mundo, de contar sus historias. Lo estamos haciendo desde la diversidad, desde la pluralidad, desde la equidad. En Costa Rica, desde hace 25 años estamos intentando aprobar una ley de cine. Hoy se está discutiendo un proyecto consensuado de ley en el plenario. Esta nominación puede sin duda alguna ayudarnos a cambiar nuestra historia.

Los incautos | Por Sebastián Borensztein

En primer lugar, agradezco el honor de volver a estar nominado al Goya en la categoría a Mejor Película Iberoamericana. En 2011 lo ganamos con Un cuento chino y ahora estamos en carrera con La odisea de los giles.

El reconocimiento que significa esta nominación es de gran importancia, porque la tradición cinematográfica española está construida con talentos que hicieron y hacen escuela.

La odisea de los giles es un cuento en tono de fábula, que intenta reflejar las consecuencias de la enorme crisis vivida en Argentina en el año 2001, poniendo el foco en un pequeño grupo de incautos.

Es una fábula y como tal plantea buenos y malos bien diferenciados, y los personajes que deciden tomar el toro por las astas componen un extracto completo de nuestra sociedad. Ricos, pobres, clases medias, todos unidos detrás de un objetivo común; recuperar lo que les pertenece.

He podido abordar este relato con una importante dosis de humor, pese a lo trágico de los acontecimientos, gracias a la distancia temporal que hay con los hechos, y considerando que el humor es la mejor forma de llevar adelante una catarsis como la que ofrece esta película.

Sobre las nubes | Por Alejandro Landes

En Iberoamérica, la palabra mono tiene muchos significados: puede ser guapo, simio o rubio, entre tantas otras cosas. Sin embargo, el título de nuestra película, Monos, viene de su raíz griega: uno, solo, único. Parece una decisión extraña cuando el protagonista de nuestra historia no es uno sino una escuadra de jóvenes rebeldes en la retaguardia de una guerra, con la misión de custodiar a una rehén y una vaca lechera.

Con todo, la mayor fuente de tensión en la película es justamente el choque entre el individuo y la asociación, donde coexiste el deseo de pertenecer, de compartir, de ser amado, con la voluntad voraz del poder. En nuestras vidas es igual. Estamos todos solos y juntos en el mundo. Somos una especie social y por lo tanto política, y Monos es una película política, pero no desde lo ideológico. Aquí no hay fechas, ni partidos, ni apellidos. Nos encontramos ante la bruma de una de guerra donde no está claro que significa ganar. Es natural que nuestro espectador se pregunte: ¿estamos en el paraíso o el infierno, en el futuro o el pasado, con un ejercito de izquierda o derecha, con los secuestrados o los secuestradores, con un hombre o una mujer?

Vivimos en un mundo cada vez más polarizado, que muchos intentan dividir con peligrosa simpleza, como entre bien y mal, pero nuestra historia busca lo contrario: rechazar cualquier concepción binaria de la vida e invitarnos a explorar tantos tonos de gris que podemos ver en el espejo, dentro y fuera de Colombia.

Estas ideas no serían más que eso, ideas, sin las almas generosas que las encarnan. Para crear la mini-sociedad que existe en la película, recorrimos infinitas calles, campos y colegios por todo el país. Al final, de los 800 jóvenes que conocimos, invitamos a 20 a una especie de campamento básico en la alta montaña: allá, en las mañanas, hacíamos ejercicios de actuación e improvisación y por las tardes entrenamiento físico bajo la supervisión de un diminuto exguerrillero, que se mostró tan valioso que tomaría un papel delante de la cámara. También sumamos a dos actores de Hollywood, los únicos figurantes profesionales. De estas cinco semanas de esta máxima convivencia y sin disparar el primer fotograma, surgieron los ocho Monos.

La primera mitad del rodaje comenzó, como la película, encima de las nubes: en un páramo delicado, helado e impredecible a miles de metros de altura y con poco oxígeno, entre las ruinas de una mina clausurada. Para la segunda parte, bajamos a la profundidad de un cañón selvático, habitado únicamente por dos familias que viven de la minería de oro ilegal. Con su ayuda, el equipo nacional de kayak y una tropa de mulas, encaramos el vivir y filmar en las orillas de un río salvaje.

Durante las casi nueve semanas de producción en locaciones extremas, el equipo abandonó cualquier mundo fuera de la película. No había celular, ni agua caliente, ni casa, ni familia. En tantas ocasiones no había luz ni control. Solo nubes o un verde interminable. Todos conocimos nuestros límites, todos lloramos. Nos amamos, nos odiamos, nos enloquecimos y fuimos testigos de lo mejor y peor de cada uno de nosotros. Doy gracias a todos los que hicimos este viaje pues la riqueza del proceso fue tan importante como el guión para la Monos que llegó a las pantallas.