Mi padre y el viento | Greta Fernández dedica unas palabras a Eduard Fernández

marzo 25, 2020 34 Edición ·

Eduard Fernández logró el Goya a Mejor Actor de Reparto por Mientras dure la guerra 

 

| Por Greta Fernández

No recuerdo qué edad tenía cuando vi a mi papá por primera vez en el teatro, pero recuerdo que no entendía muy bien qué hacía esa gente encima de un escenario. Recuerdo cajas negras y poca luz. Se trataba de Esperando a Godot.

Unos años después, él me contó que al acabar la obra le dije:

—Papá, ya sé quién es Godot. Es el viento, porque no se ve.

Había algo en el teatro que me fascinaba, cómo él se transformaba en personas distintas allí arriba durante un rato, o esa hermandad que tenían todos los integrantes entre sí.

Cuando me preguntan si me dedico a esto por mi padre, me da ternura, sonrío porque recuerdo aquellos meses largos en el Lliure de Montjuic, donde mi papá fue Hamlet durante un tiempo, y yo me sentaba a mirarlo durante días. En cada función me volvía a fascinar que ese “ser o no ser” me siguiese conmoviendo cada vez que lo decía. Descubrí el teatro por él. Descubrí su manera de hacer teatro, siempre tan honesto, vivo y frágil.

Creo que pocas veces me he emocionado tanto viendo trabajar a alguien como cuando veo a mi padre actuar. Cuando era pequeña lo acompañé a varios rodajes, me alucinaba ver cómo se preparaba los personajes. Nos sentábamos a tomar un café y él me contaba todo lo que se le había ocurrido sobre el personaje, o me hablaba de escenas y me contaba qué creía él que pasaba en una de ellas, su subtexto. Hacíamos lo mismo cuando nos sentábamos a mirar una película, la analizábamos y yo iba descubriendo el don que tenía él para entender las emociones, los sentimientos, y cuánto tiempo de su vida había dedicado a esto. Me parecía fascinante. Y me lo sigue pareciendo.

Cuando me llegó el guion de La hija de un ladrón pensé en hacerlo con él porque nadie iba a hacerlo mejor. Alquilamos una casita en la Costa Brava, cerca del mar, de Begur. Comimos sardinas y fuimos a la playa cada día, y por la tarde leíamos el guion. Un año después empezamos a rodar. Él hacía poco que acababa de grabar Mientras dure la guerra, donde se había metido en la piel de esa bestia, Millán Astray. Yo sabía antes de verla que lo que había hecho en la película iba a ser espectacular, en todos los sentidos, porque él cuida hasta el último gesto, y a todo le da sentido, verdad y lógica.

Me encanta verle trabajar. Y quién nos iba a decir que acabaríamos ambos nominados en los Goya.

Recuerdo el primer día de rodaje de La hija de un ladrón, que fue juntos. Rodábamos en una calle de Barcelona, hacía calor y yo estaba feliz, y luego, al acabar la película, supe que era la primera de muchas juntos, y que tenía suerte de haber pasado tantas tardes entre cajas, entre guiones, y escuchándote, papá.