Y el Goya de Honor es para…

Madrid, 1930 – Málaga, 2013

Joan Almirall, Chuck Evans, Antón Martín Frank, Jeff Frank, James Gardner, Manfred Gregor, Jack Griffin, Robert Griffin, Lennie Hayden, Frank Hollman, Yogourtu, Lulú Laverne, Franco Manera, Jeff Manner, Roland Marceignac, A.L. Mariaux… Son solo algunos de los seudónimos que Jesús Franco usó a lo largo de su carrera para firmar sus 188 películas. Durante años, el director madrileño ostentó el record Guiness como cineasta con más películas del mundo.
Irredento trotamundos, rodó en toda Europa filmes de todos los géneros, con predilección personal por el erótico y el fantástico, muchos de ellos protagonizados por su actriz fetiche Lina Romay. Inició su vasta carrera en 1959, con la película Tenemos 18 años, e inaugurará el fantástico español en 1961 con Gritos en la noche; desde entonces filmará sin cesar, invadido por el espíritu de la serie B, llegando a realizar hasta diez películas en un solo año (1973).

Muy recordado también por su participación como actor en El extraño viaje de Fernando Fernán-Gómez (1964) como el pazguato, bobalicón e inolvidable Venancio, los filmes más estimados del director madrileño están marcados por el desparpajo narrativo, una ráfaga de libertad y una sacudida de osadía. A principios de los noventa ralentiza su frenesí laboral.
En 1992 afronta el montaje de las imágenes del inacabado Don Quijote de Orson Welles, del que fue amigo personal, que presentó con el título de Don Quijote de Orson Welles, de quien ya fue director de la segunda unidad en Campanadas a medianoche (1966). Una influencia insoslayable y recurrente en toda su obra.
Al recoger su Goya de Honor, que “no comparto porque no creo que sea merecedor de nada de esto”, se definió como un “enamorado del cine”, que lo sigue haciendo porque “es lo que llena mi vida”. Acompañado por su inseparable Lina Romay, el director agradeció el galardón diciendo: “nunca pensé merecer ningún homenaje. Pero puesto que me lo dais, lo acepto encantado”.

©Pipo Fernández

Jesús Franco en El sádico de Notre Dame