Cuando la realidad supera la ficción

El hombre de las mil caras, después de diez años de apuesta por un ambicioso proyecto, recibió lo que más ansía una producción cinematográfica: el reconocimiento del público, de la crítica y del propio mundo del cine Manuel Cerdán

La película de Alberto Rodríguez atesoró once nominaciones a los Goya y, finalmente, logró dos galardones: el de Carlos Santos como Mejor Actor de Reparto, por su soberbia interpretación de Luis Roldán, y el de Mejor Guión Adaptado. De este último, me corresponde una pizca del bronce de la estatuilla de José Luis Fernández porque en el apellido ‘adaptado’ podemos deslizar mi obra Paesa, el espía de la mil caras.

Como en los cabezudos del escultor Fernández, en los que ninguno es igual, en las adaptaciones cinematográficas los guionistas tienen plena libertad para elaborar la historia, al margen de la obra adaptada. En el filme Syriana, basado en el libro del ex agente secreto Robert Baer, Soldado de la CIA, su guionista Stephen Gaghan, que además es el director de la película, construye una historia totalmente diferente a las memorias del espía.

Una parte de la historia del cine no se entiende sin la literatura que ha sido adaptada

Se podría decir que sigue a pie juntillas la definición de “adaptación” de la RAE: “Modificación de una obra literaria para que pueda difundirse entre público distinto de aquel al cual iba destinada o darle una forma diferente de la original”. Y por ello, con total justicia, a los guionistas se les atribuye todo el mérito porque, además de ser los profesionales del movimiento, dominan el lenguaje de la combinación de la palabra, el sonido y la imagen. Aunque resulta un tanto injusto que el título de la obra adaptada no figure en la relación de candidatos o premiados de los Goya.

Cuando el guión se basa en una obra literaria con un contenido histórico y periodístico, como es el caso de Paesa, el espía de las mil caras, nos enfrentamos a una vieja dicotomía: la armonización entre realidad y ficción. Truman Capote decía aquello de que la diferencia entre ficción y realidad es que la ficción debe ser coherente. Y esa máxima la han cumplido a rajatabla Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. Han adaptado la realidad a la ficción pero han conservado ese halo de veracidad. No importa que Paesa aparezca en la película en París cuando realmente, el 27 de febrero de 1995, estaba en Madrid para recoger el botín de Belloch, porque para nada altera la credibilidad de una trama coherente con los hechos.

Alberto Rodríguez no necesita en su película escudarse en la fantasía o abusar del macguffinismo, made in Alfred Hitchcock, porque en la biografía de Paesa y su relación con la entrega de Roldán la realidad supera a la ficción. Las vivencias del espía recogidas en el libro facilitan centenares de escenas, suficientes para completar cualquier guión. Y así se refleja en la película.

John Le Carré, en su libro de memorias Volar en círculos, cuenta que, cuando escribió El topo en 1974, describió un Hong Kong que, cuando viajó allí para presentar su libro, se percató de que había cambiado: disponía de unos túneles que sustituían a los transbordadores que él describía en la novela. Se precipitó a llamar a la editorial para cambiar esos párrafos y no llegó a tiempo para la corrección en la edición de Estados Unidos, que apareció con el viejo sistema de transporte. ¿Afectaría esa servidumbre por la realidad a los guionistas O’Connor y Straughan, que adaptaron al cine en 2011 la novela del autor británico?

Una parte de la historia del cine no podría escribirse sin el reconocimiento de piezas literarias que han sido el punto de partida de obras maestras del séptimo arte. Muchísimos ejemplos: Coppola se apoyó en Mario Puzo para guionizar El padrino y en Conrad para Apocalypse Now; Scorsese en Pileggi para Uno de los nuestros; Ridley Scott en Philip K. Dick para Blade Runner; Spielberg en Keneally para La lista de Schindler; Polansky en Szpilman para El pianista; Kubrick en Hasford para La chaqueta metálica; David Trueba en Javier Cercas para Soldados de Salamina o Imanol Uribe en Juan Madrid para Días contados.

*Manuel Cerdán es periodista y autor del libro Paesa, el espía de las mil caras